La voz de la mayoría no es ninguna prueba de justicia
(Friedrich Schiller)
Un día quizá desaprendamos la lección de nuestros gobernantes y comunicadores, hecha de afasia ideológica y malversaciones semánticas. Quizá un día aprendamos qué es ser portavoz, qué significa, pateando con botas los silencios de la historia, portar la voz ajena, gesticular sus entredichos, gestar su presagio de sentido, su promesa siempre desatendida de emancipación y expansión, su derroche de respiro. Qué significa, finalmente, dejarnos portar portado por la voz que portamos. Mientras los cruzados y puritanos de cualquier color político sueñan a destajo con nuevas desinfecciones del lenguaje, y con la extinción de cualquier fragancia semántica, el cuerpo no deja de reanimar el idiolecto, lento y frenético, de Eros. La danza es este eco carnal del mundo como deseo: el medio sin fin (en palabras de Giorgio Agamben), la apnea alta, el acto de suspense que mantiene arriba y con vida los desenlaces negados, las revoluciones aplazadas, las cadencias interrumpidas. Sabe vocalizar el discurso, modular la requisitoria, sudar la alocución. Sabe, dar un cobijo de carne a la voz, o cobijar el ruido de la carne en la voz de quienes se alzaron, susurrando, cantando o gritando, contra los desperfectos de la historia. Jan Martens no se ha cansado, desde sus primeros trabajos (Passing the Bechtel Test, 2018; lostmovements, 2019), de recordarnos que el cuerpo es un resonador, y la danza una especie de viaje de la cacofonía a la melodía; que si el gesto puede convertirse en fonación es porque la fonación atañe por naturaleza a un dominio más gestual que simbólico. Existe una Stimmung de la carne, una acústica muscular, capaz de armonizar todos los códigos y patrones (musicales, narrativos, ideológicos y emocionales) que atraviesan al sujeto. Y sólo siendo irreduciblemente subjetiva esta Stimmung consigue exigirle a la andadura machacona del mundo que se ponga a bailar, que acepte cambiar. Así el cuerpo que danza invoca la realidad: llamándose, con-vocándose a sí mismo en el espacio, con la tímida arrogancia de un canto. Es el secreto de toda belleza, en palabras de Simone Weil: llamar con insistencia, sin atender; preguntar siempre, sin contestar.
La voz de quien canta está siempre alejándose. Pero el destino de todo cuanto se aleja es volver siempre, sin terminar nunca de volver. Lo sabía nuestra madre, adormeciéndonos al son de una melopea circular y retornante. Para que, en el umbral del sueño, cuando más nos aterraba perderla, fuera su canto a devolvérnosla incansablemente. Portar voces significa asentir a ese retorno, remando contra la corriente del olvido.
Conminadas así al carisma inmaterial de la música como forma mnésica (y de la memoria como gesto musical), Elizabeth Gets Her Way (2021) y Voice Noise (2023) pueden ambas describirse como études de incorporación: proceden del afán por encarnar todo cuanto – trayectorias vitales, legados poéticos, luchas grupales – dejó tras de sí un rastro, una cicatriz sonora, el cuerpo vibrátil de un silencio que pedía ser revocado: el canto, literal o figurado, de quienes se vieron arrebatar el habla, de quienes renunciaron a ella, de quienes, incluso, optaron por sincerarse casi sólo en universos abstractos de sonido, haciendo implacablemente “a su manera”. Como Élisabeth Chojnacka, la virtuosa del clavecín, dedicataria de un retrato danzado – entre precisión documental y posesión espectral -, que rescata del olvido la artista que a la modernidad entregó (o se lo devolvió) algo tan proverbialmente “datado” y barroco como el clavecín, recreándose en su instrumento sin complejos, engalanándose en la matemática de la música como en una parure, una armadura, un artesón de exactitud y proliferación formal.
A las paradojas del canto puro se acerca en cambio Martens con Voice Noise, su retorno a la composición grupal después del memorable Any Attempt Will End in Crushed Bodies and Shattered Bones (2021). ¿A qué alude exactamente el título? ¿A un ruido de voces? ¿A la voz como ruido? ¿O al ruido como sucedáneo de voz?
En la jerga musical, voice noise es el marasmo articulatorio que una voz humana entrenada (aquí la de Maja S.K Ratkje)) logra producir sin estar hablando ningún idioma – una especie de grammelot instrumental e idiofónico, como si las cuerdas vocales desplegaran, más allá del lenguaje y más acá del canto propiamente dicho, una especie de caldo matricial fonatorio. En cambio, la nomenclatura de la posproducción llama voice noise una impureza inherente a las grabaciones vocales: voice noise remover es el software que permite limpiar esas capturas, borrar los ruidos de ambiente y, esterilizando digitalmente el habla humana, neutralizar también los halos o reverberaciones que delatan las cualidades espaciales y materiales del espacio en el que la voz fue grabada. Para acabar, Voice or Noise fue también el título de un manga Yaoi (un exitoso filón de argumento homoerótico sentimental) cuyo principal disparador narrativo es el talento de los protagonistas por descodificar los versos inarticulados de los animales, y comunicarse con ellos. El exploît coreográfico de Jan Martens se hace eco – nunca mejor dicho – de todos estos matices semánticos: 7 intérpretes se dedican, a habitar con el cuerpo el espacio exento de un cuadrado mientras se dejan habitar por la melodía a cappella, el “canto exento” de 13 compositoras y cantantes que optaron por la más ascética de las formas musicales – algunas casi desconocidas, otras (como Cathy Berberian) ya míticas por su idiosincrasia -. Y si por un lado la austeridad de la forma musical y espacial hace pensar en un experimento de destilación, por otro es como si el gesto paciente de los intérpretes – casi una plegaria cinética – fuera a reconstituir precisamente el espacio, físico y simbólico, que la historia negó a esas voces; a restituirles el paisaje, la extensión de mundo del que fueron extraídas. A recontarlas y recantarlas. Reivindicada explícitamente como garante ideológico del trabajo, Anne Carson, en The Gender of Sound (1992) denunciaba la invencible tendencia del discurso patriarcal a relegar la voz femenina en las categorías deteriores de lo prediscursivo: así, del prejuicio contra el espectro de los fenómenos vocales presuntamente femeninos – cuchicheo, cotilleo, refunfuño, lamento, canturreo, grito Ololyga – derivaba una censura más general de la voz como “cuerpo sensual” del lenguaje: hembra renqueante, desaprensiva y extemporánea de un logos masculino con manías de control y abstracción. Desclasada a ruido de fondo en la industria artillera del discurso normativo, gramatical, definitorio, definitivo, la voz sin embargo no está ni del todo dormida, ni silenciada, ni olvidada. Acostumbrada a salvar distancias, conoce mil vías de fuga, en el canto y en todos los comportamientos vocales que desatienden, desarticulan, revocan los imperativos del lenguaje. De este hilo sutil jalan, jadean y jalean los cuerpos resonadores de Voice Noise. Y la liturgia desprende, en su simplicidad, una intensa carga polémica. Para Jan Martens la coreografía es una máquina de guerra, y las máquinas de guerra suelen ser perversamente austeras, complicadamente escuetas. No hay estética que no sea una poliorcética: modos de asediar y ser asediados; diseños de acecho y presidio, de arrebato y retirada. Ciencia práctica de defender lo indefendible, el momentum político de la danza es decidir qué uso hacer del patrón (que se llama así porque manda), y cómo revertir sus dinámicas autoritarias, desviándolas hacia objetivos emancipadores. Los dispositivos diáfanos y severos de Martens son, todos ellos, espacios de maniobra, campos de Marte, boot camps de la sensibilidad. Voice Noise no hace excepción. Nos recuerda que si la última oleada de creadores se ha empeñado tanto en renegociar el intercambio gesto-voz, en reinventar la economía poética del “acompañamiento”, en investigar los entresijos cinéticos de cualquier fonación, es porque, sabiéndose precaria y puteada, ha redescubierto el parentesco entre vocalidad e indigencia. Es como si toda una generación, despojada de los instrumentos tradicionales de lucha, fuera a la guerra armada sólo de la basura del discurso que la precariza: ruido, voz y cuerpo. Y de la posibilidad de convertir este pobre arsenal en un arrojadizo gesto de amor. Dividida entre narcosis y sobresalto, la última camada de huérfanos sabe aún cantarse a sí misma las nanas más beligerantes. Voice Noise recuerda, en el fondo, una rima infantil, de las que un manual de retórica descartaría. Y nos dice que en la infancia el lenguaje era un cuerpo de sonido antes que sistema de símbolos; que lo aprendimos por el capricho de hacer bailar la lengua en la cavidad bucal; y que topándonos en cada grito llanto vagido con nuestra propia voz, sólo buscábamos reencontrarnos con otra, femenina, que teníamos escuchada de un tiempo irreparablemente anterior. Así, no debe extrañar que la primera estación melódica de Voice Noise sea una letanía hipnótica, casi una canción de cuna, del colectivo Cucina Povera (literalmente “cocina pobre”): homenaje a la austeridad como medio sucinto de resistencia y éxtasis; o quizás homenaje a la riqueza incalculable que fue de todos y todas, en horas líquidas, cuando sólo nos acunaba una voz. Esa voz pobre, ese sonido de nada, anterior a cualquier lenguaje y entendimiento, comprensivo y comprendido sin ser comprensible, era todo cuanto pudimos necesitar siendo más necesitados que nunca. Todo cuanto, sin desear saber nada, sabíamos del deseo.
Roberto Fratini
JAN MARTENS & GRIP presenta ‘Voice Noise’, del 17 al 19 d’octubre, i ‘Elizabeth Gets Her Way’ el 19 i 20 d’octubre de 2024 al Mercat de les Flors
Bibliografía:
Giorgio AGAMBEN, Medios sin fin. Notas sobre la política, Pre-textos, 2001.
Elissa BASSIST, Histérica. El grito definitivo con el que recuperar tu voz, Editorial Roca, 2023.
Anne CARSON, Cristal, ironía y dios, Vaso Roto, 2022.
María Ángeles GARCÍA-CARPINTERO, Simone Weil educadora. Tras los ecos de su voz, Claret, 2019.
Aliya KHALID (ed.), The Politics of Silence, Voice and the In-Between, Taylor & Francis, 2023 (e-book)
Pascal QUIGNARD, El odio a la música, Andrés Bello, 1999.
Links de interés:
https://kunstbody.wordpress.com/2009/03/20/the-voice-of-the-dancing-body/ (artículo online, Bojana Kunst, “The Voice of the Dancing Body”, Franczja, Zagreb, 2009)
https://mercatflors.cat/es/blog/la-interfaz-humana-por-roberto-fratini/ (articulo online, Roberto Fratini, “La interfaz humana”, sobre Any Attempt will end…. y Elizabeth Gets Her Ways)
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