“Si sta come d’autunno
sugli alberi le foglie”
(Giuseppe Ungaretti)
“I remember only the grandious moment when
they all started to sing as if prearranged”
(Arnold Schoenberg)
“Los salmones solo son un viaje revestido de carne.”
(David Grossman)
Puede que la metáfora del salmón sea menos afortunada de lo que parece. La última vez que leí crónicas de salmones fue en un reportaje ecologista sobre los sistemas de cría recientemente adoptados por el gobierno noruego (y ratificados por el conjunto de la Comunidad Europea) en respuesta a la demanda creciente del mercado. Salmón noruego para todo dios, aguardando rosáceo y abaratado en el rayo de ahumados de vuestro súper de confianza.
Pasa que los congéneres de ese salmón han vivido una larga víspera de matanza hacinados a miles en las pozas insalubres de los criaderos nórdicos, atiborrados a aceleradores del crecimiento y aturdidos por la proximidad recíproca. Los congéneres de ese salmón han estado revolviéndose y enredándose en los círculos angostos de una especie de nado-a-ningún-lado, han respirado estoicamente por las branquias sus propios excrementos y se han embrutecido en la turbulencia glutinosa de un agua altamente tóxica (lo que, dicho sea de paso, hace del salmón de procedencia industrial un producto bastante diabólico para la beata inocencia de los adeptos al bio. Cabe creer que a los salmones de lager les quede, como a los pollos de batería, este único sucedáneo de represalia: empachar el mundo con sus carnes, que se sonrojan de cargar con tanta bacteria).
No quiero decir que la situación de los creadores emergentes (emergentes?), en lo que a la danza contemporánea se refiere, sea igual de dramática. Sin embargo, no se pueda negar que la principal emergencia de esos emergentes sea de momentos (y desde décadas) una industrial y literalmente desalentadora falta de espacio y de espacios. Pese al heroico incremento de las oportunidades; pese a la atención políticamente correcta de los responsables culturales; pese a la multiplicación de los lugares, centros, plataformas, hubs y networks (este Festival reúne al menos dos de esos mejores de los mundos posibles); pese en suma a los dichosos nombres de lugar de una topografía institucional que prolifera por tal de que prolifere todo lo nuevo, el espacio de subsistencia de la creación reciente sigue siendo tremendamente exiguo. Puede que en este respecto las plataformas más benévolas y los festivales más punteros ofrezcan una imagen engañosamente lozana del estado de salud del sector.
La verdad es que las últimas generaciones de coreógrafos viven, si es posible, más hacinadas que las anteriores. No me refiero al conjunto de los contextos, físicos o discursivos, en los que se intenta concentrar, promover, dar respiro y visibilidad a la parte más prometedora de las poéticas nacientes, pese a la extraordinaria presión a la que esos contextos se ven sometidos (de parte de una base de la creación cada vez más extensa, y de una clase política invenciblemente suspicaz hacia toda cultura real). El desafío inminente será precisamente, para esos espacios, no aceptar convertirse en criaderos, y para los artistas que gozan del privilegio de respirar su aire despejado, no desear convertirse en manjares navideños; no desear ser deslumbrados por los humos del mercado y de sus modas; no desear ser fileteados y servidos homeopáticamente, como delicatesen baratas, en esos festines de la cultura oficial donde la peña se tira a los canapés mientras espera el plato gordo.
Si eres de esos artistas que han conseguido traspasar el umbral del reconocimiento, el desafío será negarte a que, por el simple hecho de tener sitio (y de tener un sitio), “te pongan en tu sitio”. Aunque el sitio en cuestión sea la mar de novador, ecológico y alentador.
Mucho más acuciante, por supuesto, es la condición de esos creadores que apenas si consiguen asomarse a la superficie bulliciosa del mercado cultural lo suficiente como para considerarse siquiera emergentes. Ninguna emergencia es más drástica que la de una aplastante mayoría de sumergidos: lejos de extinguirlos, la ausencia de espacio no hace sino empeorar sus condiciones, volver cabalmente satánica su labor de preservar una identidad poética y sumirlos en el clima altamente insolidario de una lucha por la pervivencia bastante encarnizada como para no dejar a muchos de ellos otra perspectiva que un terrible anhelo a ser fileteados cuanto antes, cueste lo que cueste (y normalmente cuesta muy poco).
Continuará…