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El idioma de la danza, como todo lenguaje artístico, es intraducible. Lo que una pieza de baile nos « dice » está a la vista, aunque ciertamente expresarlo así resulta -a la vez- un poco exagerado y excesivamente simple. Y sin embargo, la danza se ofrece a nuestra percepción como un conjunto de formas y de fuerzas, de cadencias y de energía, de colores y de dinámicas; o un compuesto de ritmos… Y lo hace directamente, sin rodeos, sin mensajeros. Pero curiosamente siempre hay algo más en -o algo más a través de- la danza. Siempre existe un cuestionamiento que ella nos hace con su sola presencia. Con el modo que tiene de interpelar vivamente a sus espectadores. Y al emplear el verbo « interpelar » quisiéramos poder dar a entender con él su significado etimológico y original, que -por cierto- no es requerir, y ni siquiera interrogar, sino « poner en movimiento ». Inter significa « entre » y pillare « poner en movimiento », es decir: « impulsar ». La danza solicita la atención del espectador, pero, sobre todo, lo interpela, lo inserta en una relación corporal, lo incluye en un espacio de magnética movilidad.
Y cuando los espectadores son infantiles como en este caso, cuando se trata de cuerpos de niños y niñas de temprana edad, este aspecto, este impulso -esta interpelación al público- resulta aún más esencial. Los organizadores de este gran Festival lo saben de sobra, y se hacen cargo de ello. Por eso, prácticamente toda esta 14ª edición parece estar consagrada a la percepción del espectador, a poner a prueba -leal y explícitamente- los sentidos de los niños. Para dialogar con ellos.
La danza no necesita de traductores. Basta con encontrarse ante ella y entablar una conversación directa, sin intercesores, sin árbitros, y no pocas veces sin palabras, como en el amor y como en otros actos decisivos del ser humano. A veces es un mero asunto de ojos: mirar y dejarse mirar; una contemplación, una conversación que sucede en silencio, un puro privilegio de la vista. O, al contrario, un puro pacto aural, acústico, vibrátil; un pacto de cuentos y de canciones. O una relación táctil. O un puro ejercicio de equilibrio. O un mero compartir espacio y tiempo, una concatenación vivencial. O la ocasión de ejercer coreográficamente el sentido de la propiocepción. Y por ser sentidos todos ellos constitutivos de un ser, merecen el reconocimiento de su importancia desjerarquizada, el mismo nivel de consideración, sinestésicamente enlazados, tal y como lo hace la programación de esta edición de El més petit de tots.
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La danza para público infantil « disimula » diversos conflictos. Uno de ellos es el principio de realidad, del que los más pequeños son ajenos; otro, el problema de su identificación o, mejor dicho, de su falta de identificación nominal, que es propio del pequeño en tanto que infante, en tanto que no hablante: in (negación) fari (hablar).
En su lucha con la realidad secular y cotidiana, algunos coreógrafos y bailarines que se dedican a la danza para éste tipo de público -el público infantil- la cubren de signos, la hacen estallar o la entierran, la desuellan, la adornan o la niegan. Pero Big Bouncers, en Jungla, la volatiliza. Por los cuerpos de sus intérpretes no circula sangre humana, sino savia de inéditos tejidos vegetales, o respiración de animal sin forma, o humus de tierra leonada. Jungla baila lentamente las rápidas apariciones. Y las apariencias que nos regalan son como sombras de arquetipos. Porque las formas que emergen en esta pieza no parecen inventadas, sino recordadas. Aunque, ¿qué pueden recordar si esas apariencias, esas apariciones no se parecen a nada? ¿O acaso se parecen -y sólo por un momento- a la flor rosácea que se levanta en el centro de un lago en uno de los trípticos de El jardín de las delicias, del Bosco? ¿O en otros momentos quizá recuerden realidades anamórficas vistas como por detrás del espejo? Y en ese caso, ¿qué serían? Podríamos buscarles sin parar semejanzas en diversos sitios y en diversas disciplinas. Lo cierto es que son realidades que no se parecen a nada concreto ni a nada cotidiano, y es que, de nuevo, parecen ser arquetipos. Jungla es una coreografía especulativa, espejeante. En ella -y con ella-, Big Bouncers no nos ofrecen el mundo al revés, sino el revés del mundo. Siendo una especie de pérdida de la seriedad, Jungla es también una pieza que se ríe, pero su risa resuena en otro universo. En un mundo cuyo espacio no posee una extensión, sino la calamita de sus apariciones. Y si este espectáculo no estuviera orientado hacia el público infantil, Jungla sería muy probablemente el testimonio de una catábasis, de un viaje al inframundo. Una pesadilla.
Este año, El més petit de tots nos presentan espectáculos que aparecen con la misma ligereza, ternura y violencia invisible del viento al dispersar la tierra, pero con mayor delicadez, como si entre todos ellos formaran un conjunto de pintores que decidieran pintar con el cuerpo y no con las manos. Es el caso de obras como Tuntu (« Sentir », en finlandés), pieza que la coreógrafa Pävi Aura ha creado para su compañía Dance Theatre Auraco. Se trata de un espectáculo que se ve con los ojos cerrados, o con los ojos invidentes, y donde el mundo es -en todo caso- « contemplado » como música, como líneas de aire, y con el sigilo como susurrante tema. Sobre este mismo universo de posibilidades Dance Theatre Auraco ofrece un Taller titulado, muy elocuentemente, Blind Man’s Buff. Taller que explora la dinámica de los sentidos, y principalmente el de la vista (incluso en su ausencia), el oído, y el del tacto.
Hay algo en la pieza Loo, de la compañía Ponten Pie, que resulta semejante a Tuntu de Dance Theatre Auraco. Loo no trata de los sentidos de manera directa, trata sobre ese tipo de vientos que forman y deforman superficies, dunas, cielos, horizontes. Pero, igual que Tuntu ésta también es una coreografía sobre la desaparición. O sobre los hilos de aire y de desaparición, sobre los hilos de vida y tiempo. Una trama que se teje y se desteje. Como lo irreal que llamamos vida, o como lo irreal que llamamos muerte. Irreales ambas, porque de ellas no conocemos mñás que sus sombras. Un espectáculo donde sólo parece real la tela, la arena, los parajes borrados con el tiempo. Pero ella, como Tuntu se desenvuelve como si quisiera guardar un secreto, o se desliza en el terreno de lo suavemente misterioso al entablar una especie de paridad con la pérdida y con el olvido.
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El més petit de tots nos ofrecen igualmente, como ya lo ha hecho en otras ocasiones, espectáculos que son máquinas de imaginación. Tal es el caso de la conocida y brillantemente dispuesta fantasía lumínica titulada Little Night. Un espectáculo instalación, donde la luz en movimiento no dibuja el tiempo, sino los instantes en que reposa el tiempo. Un mundo donde oímos el fluir de sendas infantiles, la circulación de sus sombras, y el movimiento de la luz, del color, del momento que madura. Es una instalación interactiva que nos sorprende aún, porque aún los niños que participan en ella viajan con la seriedad de estar sorprendidos. Y con su cuerpo, los pequeños son formas que buscan una forma, la forma de la luz, que en cierto modo busca a su vez su propia disolución: su dispersión.
Este año se presentan asimismo coreografías directas, piezas que van al grano, sin recurrir a la formalización abstracta del movimiento, con una aparente lasitud e informalidad de la presencia, pero haciéndolo de manera hendida, y concretamente en torno a una frontera, a un lugar inapropiable, a esos sitios de nadie que son los confines. Este es el caso de Lulla, un bello espectáculo de la compañía noruega de Siri Dybwikdans. Se trata de una incursión a la frontera que divide sueño y vigilia (estas zonas colindantes y ambiguas son recurrentes en el trabajo coreográfico de Dybwikdans). Lulla genera -por decirlo así:- momentos sin anclaje, en parte porque sus movimientos y arreglos no están unidos a un sentido preconcebido, ya que juegan libremente con su materia. Pero en un cierto momento, comienza como a volver a afianzarse, y es entonces que aparecen secuencias de espontánea identificación para el público, tanto del adulto como del público infantil. Es cierto que las formas y los elementos escénicos son aquí de gran importancia. Y con ello va también el secreto que esta danza nos revela, el puente que nos tiende para penetrar aunque sea parcialmente en -y con- ella en ese semi-reino de la vigilia y el dormir.
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Toda puesta en escena es una puesta en cuestión. En este caso, una puesta en cuestión que trae consigo una inesperada e impalpable invitada: la palabra. La palabra relativa especialmente a los nombres, es decir, a aquello que corrobora en el lenguaje el ser de las cosas, que las refiere identificadas a ellas mismas a través de su denominación. ¿Qué es cada cosa, cada gesto o cada desplazamiento?, ¿qué es cada orden o disposición de elementos en el tiempo? Los nombres han preocupado tanto a los poetas (especialmente a los poetas modernos) como a los pedagogos de todos los tiempos. E igualmente han ocupado y preocupado a los adultos en relación a los niños. Porque la relación con las palabras -referidas a las imágenes y a lo sensible- pone a prueba los límites de la infancia, pues ella se define y se fortalece en función de su incapacidad de hablar. Una incapacidad condenada a perderse en la misma media en que los nombres van progresivamente ocupándola. Pero, una vez que la infancia se enfrenta a las palabras, ¿dónde quedan para él los nombres?
Para el niño, la palabra (o el nombre de la cosa), no está dentro, sino ahí, afuera. Pero cuando mira hacia allá, tampoco está ahí, al aire libre, en el teatro de los ojos libres. Ni dentro, al cerrar los ojos, ni fuera cuando los vuelve a abrir. No hay ambas cosas separadas para su experiencia, sino un bosque de sensaciones, de cosas al alcance de su mano, de cosas al alcance de su nombre.
En toda pieza de baile dirigida al público infantil, el infante plasma la aparición de su deseo cuando surge el deseo de esa aparición mediante su invocación nominal. Pero, en secreto, sabe que esa aparición no está aquí, y tampoco allá, sino en un entre: en un aquí y allá del niño, en un aquí y allá del nombre.
También en ello la danza apela al público infantil. Lo interpela, lo pone en movimiento en el oleaje del lenguaje. Y así, el mundo aparece en la danza como ofrenda, como un despliegue de mantos y de transparencias nominalmente irresueltas. Como transparencias aún sin nombre « propio ».
Larga vida a El més petit de tots y bienvenidos a esta su 14ª edición.
Víctor Molina
Barcelona, Noviembre 2018