El sonido, el modo en que codificamos mentalmente el impacto de las ondas mecánicas en nuestro oído, se origina en el movimiento de una cadena de huesos diminutos, los osteocillos óticos, estimulados por la vibración del tímpano. Si, como dijo Edgar Varèse, la música son sonidos organizados en el tiempo, también se la podría llegar a describir como movimientos ordenados en el tiempo. Lo cual, a su vez, no me parecería una mala definición de danza.
Se trataría, no obstante, de una definición insuficiente, dado que no contempla la intervención, igualmente decisiva, del espacio. El mismo espacio que, como los cuerpos, los objetos y la luz que lo ocupan y acotan, también puede ser habitado y delimitado por sonidos que reverberan, varían de intensidad y se desplazan de un punto a otro.
Me atreveré a decir, entonces, que, en su naturaleza esencial, la música y la danza son lo mismo: movimientos organizados en el tiempo y el espacio. Y cuando convergen, se abre una brecha a través de la cual se atisban un tiempo y un espacio nuevos, que no pertenecen a la una ni a la otra en exclusiva y sin embargo ambas pueden habitar.
Núria Andorrà toca. Frota, golpea. Manel Salas baila. Salta, se agita. La fricción entre la música de ella y la danza de él genera un centelleo. Es el fulgor alquímico que alumbra el hallazgo de una materia nueva. Una sustancia que es simultáneamente nodo y ente singular. Surge la fisura que permite ver un mundo latente, imperceptible sin la mediación de los dos artistas. Un mundo alternativo donde ahora es Núria Andorrà quien baila y Manel Salas quien toca. Y viceversa. Donde sonido y gesto se atraviesan y se reverberan mutuamente.
El acceso a esta dimensión posible, a este sitio otro, solamente es factible si la música y la danza se trascienden a sí mismas, si el sonido deviene gesto y el gesto, sonido. Si se escuchan y se miran entre ellas. Dado que actúan sobre distintos sentidos, la conquista del nodo requiere necesariamente el desarrollo de códigos de vinculación entre estos. Dicho de otro modo, la invención de sistemas sinestésicos temporales, de conexiones inéditas entre lo que se oye y lo que se ve. Así, la composición de Núria Andorrà y la coreografía de Manel Salas se vuelven interdependientes y se dejan superar por lo que podríamos llamar “neuroturgia”, la dramaturgia neuronal mediante la cual pueden encontrarse, trascenderse y reinventarse en el nodo. El proceso creativo gracias al cual el espejismo (“miratge”) deja de ser alucinación y se convierte en el reflejo, fugaz e irrepetible, de aquello que podría llegar ser. En otro tiempo. En otro espacio.
Oriol Rosell
MANEL SALAS i NÚRIA ANDORRÀ presenten ‘Miratge’ al Mercat de les Flors el 5 i 6 de febrer de 2022