Texto para el público adulto.
Decía Henry James que sólo había una receta infalible, la de preocuparse muchísimo por la cocina. Thomas Hauert lo hace. Es un coreógrafo perseverante y obsesivo, aunque impregnado también de un estoicismo muy peculiar, un coreógrafo de fondo y de detalles, un miniaturista a gran escala. Y su comprometida preocupación por la cocina es absolutamente libre, elude todo carácter preceptivo. Su incesante investigación en la improvisación y el incidente son marcas identitarias de su objetivo. No es extraño que le hayan encargado una coreografía sobre John Cage, cuyo resultado es esta Danse étoffée sur musique déguisée. Célebre cómplice de Merce Cunningham, próximo a pintores de su época, osado introductor del azar en la música contemporánea y comprometido en una concepción del silencio inédita hasta entonces, el iconoclasta de la música del siglo XX, John Cage, encausa todo el recorrido y las preocupaciones poéticas de esta coreografía. Lo hace a través de sus Sonatas and Interludes, una obra de 1946-1948 que, sin comprender en esta versión para niños el ciclo completo de piezas que la integran, emerge absolutamente fiel a su estructura y a sus principios. La coreografía no emplea la obra de Cage como distinguida escenografía acústica, ni manifiesta el empeño de ilustrarla o de dotarla de imágenes, sino que, siendo su germen, la acompaña, cual otro instrumento, en un filial y expansivo dueto audiovisual. Y en este caso, la improvisación y el empleo fructífero del accidente en el trabajo de Thomas Hauert se acomodan en honda y lúdica consonancia con la partitura del músico americano. Al presentarse puramente como danza sobre música, el propio título de la obra revela su compromiso con las piezas de Cage.
Las Sonatas and Interludes son una serie de piezas para piano preparado. Un piano preparado es un piano enmascarado, desembarazado por completo de su entidad convencional. La preparación de un piano consiste en introducir en el instrumento cuerpos extraños que modifican sus propiedades acústicas e incrementan la imprevisibilidad del resultado sonoro. Y al camuflar la física de las cuerdas, enmascara su sonido acostumbrado y ocasiona una música disfrazada (musique déguisée), un carnaval ininterrumpido de camuflajes sonoros. Por su parte, el cuerpo de Mae Vooter, el bailarín intérprete (cocreador de la coreografía y también diseñador del vestuario y de las figuras y accesorios que aparecen en escena) es -también- un cuerpo preparado, ineludiblemente desembarazado de su porte y apariencia convencionales. Al perder todo aspecto antropomórfico por permanecer recubierto en toda la pieza, su cuerpo se abate en una galerna de seres imaginarios, en una orgía de figuras animalescas, de criaturas semiorgánicas, de leves y revoltosos inquilinos de un zoológico exuberante y quizás onírico. Una danse étoffée. Una danza guarnecida de tejidos, abarrotada de figuras de globos, de drapeados, de disfraces.
Como si fuera alguien sometido a una intervención quirúrgica, el cuerpo entero del piano aparece inicialmente arropado con una sábana blanca, convertida de inmediato en pantalla sobre la que se proyectan las imágenes de cómo, en ese mismo instante, la pianista prepara las entrañas del instrumento. Lo hace a la vez que el cuerpo del bailarín se nos aparece embalsamado con un gran apósito blanco; convertido en una momia dispuesta a bailar, pero cuya danza se ve interferida tanto por su condición encubierta como por ese mundo paulatinamente habitado por un fantasmagórico bestiario. Un cuerpo preparado para acoger la desmesura de una travesía de negaciones y afirmaciones que se suceden en la escena gracias a sus persuasivas prótesis y a un virtuoso trabajo de globoflexia que acompaña toda la pieza.
Danse étoffée sur musique déguisée, una coreografía, o mejor dicho, un atlas de gestos justos e insurrectos, es un ejemplo del talento de Thomas Hauert. Un atlas donde todo es constantemente nuevo, y que se ofrece ahora al público infantil. Tras haber sido creada para un público adulto, la compañía nos presenta -de manera muy natural- una versión para niños. Al ser una pieza donde todo ser es un ser novedoso, y donde todo gira en una bacanal de metamorfosis, la mirada infantil parece serle la más apropiada. Pues novedad y desmesura son partes constitutivas de la mirada infantil, como ya apuntara de manera magistral Walter Benjamin: “El niño lo ve todo en novedad, se encuentra siempre ebrio. Nada viene a ser tan parecido a aquello que es la inspiración como la alegría con que el niño va absorbiendo la forma y el color (…). A esta curiosidad alegre y honda se ha de atribuir ese ojo fijo y animalmente extático de los niños mirando hacia lo nuevo.” Y, sin duda, ese ojo animalmente extático del niño es la condición fisiológica que reclama esta colorida y accidentada pieza.
Texto para público infantil
Todos conocemos el disfraz. Y durante el carnaval casi siempre nos disfrazamos. Pero el disfraz no sólo lo utilizan los seres humanos. Los animales también lo hacen. Hay mariposas que se disfrazan de hojas secas. Hay peces que se disfrazan de arena, o de alga. Y el camaleón cambia de color para esconderse. El sonido y la música también se disfrazan. La música de esta pieza, por ejemplo, es música disfrazada. Claro que es música de piano, y nosotros vemos cómo se toca. Pero el piano lleva máscaras. La intérprete pone objetos en las cuerdas del piano. Y esos objetos (unos tornillos, por ejemplo) enmascaran el sonido del instrumento. De modo que al tocar una tecla, el sonido producido será diferente al que tiene sin haber sido alterada la vibración de la cuerda. Por eso la danza que se baila aquí lo hace sobre esa música disfrazada. La obra lleva un título en francés que podría traducirse más o menos como Danza abarrotada sobre música disfrazada.
¿De qué está abarrotada esta danza? De extrañas figuras, de animales increíbles. De seres raros, ligeros y desobedientes. Animales ojos, animales con dos brazos que son en realidad piernas. Animales largos o seres redondos. Animales que se han negado a pertenecer a los grupos de animales que conocemos. Animales fantásticos que probablemente vienen de un sueño, o quizá de la imaginación de un caprichoso dibujante. Casi todos ellos construidos con globos.
A diferencia de los animales reales, estos no dejan mucha huella en la tierra. Pero dejan una huella en la memoria. ¿De cuántos de esos bichos extraños podremos acordarnos cuando desaparezcan de la escena? Aunque la verdad es que algunos de ellos sí dejan un rastro en el escenario. Dejan partes de su piel al desaparecer tras ser explotados. Pero esos trozos de globo, esa parte de piel será después aspirada, o barrida. Y se lanzará a la basura. Y de ahí a los contenedores. Y luego viajarán a no sabemos dónde, para perderse en los laberintos de la vida. Y aún así sus cuerpos frágiles permanecerán flotando, molestando y divirtiendo al bailarín durante un tiempo en nuestra memoria. Realizarán su danza ya no sobre una música disfrazada, sino sobre una memoria abarrotada de figuras de colores.
Víctor Molina