DESIDERATA (el siguiente apartado no es ni un manifiesto, ni un programa, ni una hoja de ruta. No es ni una previsión, ni una profecía, ni un análisis de riesgos. Es realmente lo que dice su título: un elenco de deseos. Huelen a impureza e imposibilidad. La contrariedad es la única relación que mantienen con las tendencias, las previsiones y los programas al uso. Pese a tratarse de deseos muy personales, he optado por usar, al expresarlos, el plural “nosotros”. Porque confío en que alguien pueda compartirlos):
Agradeceríamos menos poesía de la mala y más poética de la buena.
Agradeceríamos menos formatos y más formas.
Agradeceríamos menos Cultura y más Arte.
Agradeceríamos menos creatividad y más creación.
Agradeceríamos que al arte dejara de ser causa común para convertirse en efecto descomunal.
Agradeceríamos que las revisiones, randonnées, debates, mesas redondas, after-talks y caterings surtidos dejaran de ser los aquelarres de buenas intenciones que vienes siendo desde demasiadas décadas. Agradeceríamos en suma menos debate y más embate.
Agradeceríamos un tempestivo exterminio de los peluches.
Agradeceríamos un culto de la diversidad menos ecológico y ergonómico. De hecho, agradeceríamos que se redimensionara como una broma de mal gusto la idea bestial de que arte y ecología vayan de la mano. No porque no exista una ecología de los signos, sino porque esa ecología no apunta a ninguna sostenibilidad. Si acaso, el contrario: se quiere felizmente insostenible.
Agradeceríamos una cierta racionalización del pálido oficio que es redactar proyectos. Amazonas gime (ecología, después de todo)
Agradeceríamos, también en danza, menos tofu y más carnes elaboradas: desde que la OMS las declaró letales se han vuelto políticamente más interesantes (que poéticamente ya lo eran).
Agradeceríamos un rápido revulsivo a la dismenorrea ideológica de la que es objeto el cuerpo como tema de los temas. Sería tiempo que desenfocáramos la obsesión somática y volviéramos a hablar del mundo.
Agradeceríamos que los artistas no se vieran obligados a facilitar juguetes sexuales ergonómicos a un cliente – siempre el mismo – tan claramente anorgásmico que ni siquiera pide goces reales, sino el privilegio repetible de declararse, sin serlo, escandalizado o excitado.
Agradeceríamos un cierto incremento del pudor a la hora de usar las palabras fiesta y danza en la misma frase. Porque no hay nada por celebrar.
Agradeceríamos, por la misma razón, que la danza se resistiera a arrimarse, como ha hecho dócilmente, al carro ideológico de los días mundiales y de las fiestas temáticas de algo. Las fiestas de algo no dejan de ser un vicio bastante característico de los dispositivos consensuales fascistas.
Agradeceríamos que la danza y las danzas no fuesen patrimonio inmaterial de la humanidad, sino el despilfarro material de quienes la danzan y quienes la aman.
Agradeceríamos menos chorradas de regusto totalitario alrededor del concepto de comunidad y más respeto para con el menoscabado concepto de sociedad.
Agradeceríamos que el cuento de la danza moderna y contemporánea dejara de ser la epopeya libertadora que pretende ser, porque en realidad rezuma basuras ideológicas. No tiene mucho mérito sentirse buenos por amnesia. El presente no es necesariamente mejor que el pasado y no es necesariamente peor que el futuro.
Agradeceríamos que ir a ver danza contemporánea no significara toparse invariablemente con un público compuesto en gran mayoría por profesionales cuyo programa, en acudir a los bolos de los demás, es poder rajar libremente sobre el trabajo de los compañeros. No deja de parecer psicótico sin remedio un sector en el que ya muchos interpretan el fracaso ajeno como un sucedáneo de éxito personal.
Conscientes de lo homicida que llega a ser la buena conciencia – y de que la verdadera conciencia es siempre mala – agradeceríamos, en la danza, un poco menos de buena conciencia y un poco menos de inocencia.
Agradeceríamos que las palabras feo y malo volvieran a ser utilizables, sin más, por su extraordinaria riqueza semántica. Sería parte de un programa general de remisión del actual miedo – tan falsamente democrático y tan cabalmente totalitario – al lenguaje (miedo que, por supuesto, se ha expresado, hasta la fecha, en una cháchara infinita).
Agradeceríamos que los artistas dejaran de alistarse en la Parroquia Global del Bien y volvieran, si acaso, a ser gentuza. Será, por lo menos, más divertido.
Agradeceríamos que el hábitat discursivo de la cultura despachara de una puta vez el culto religioso a la vitalidad (que asociamos a anuncios de zumos y compresas) y la danza volviera a ser un comentario irreligioso sobre la vida.
Agradeceríamos por ende que, precisamente en nombre de eso que solíamos llamar vida, se redimensionara el prestigio neo-místico de la experiencia (para que la danza deje de compartir argumentos con la industria turística).
“Hakuna Matata” es una frase de una peli para niños consumidores y consumidores aniñados. Agradeceríamos una revisión tempestiva de todo el catecismo dancístico que nos la recuerda. Y agradeceríamos que los artistas dejaran el lenguaje de la autoayuda a los bancos internacionales que, precisamente por ser perfectamente inmorales, han hecho de estas moralinas vitalistas su principal argumento publicitario.
Persuadidos de que ser aburridos es el resultado fatal de toda egolatría, agradeceríamos que la danza renunciara a pretenderse tan interesante en sí, porque esto la haría menos aburrida.
Agradeceríamos, por eso, que se readmitiera el derecho a no estar mínimamente interesados en la cosa llamada danza contemporánea sin que te estigmaticen por reaccionario ni compadezcan por cateto (nadie lanza campañas de sensibilización para que los coreógrafos lean más novelas del siglo XIX. Y eso que les vendría de perla)
Agradeceríamos, cuando vamos a teatro, que se nos tratara como adultos avisados y no como niños en déficit de atención a los que haya que reeducar.
Agradeceríamos que los mil networks, meetings, cumbres, plataformas surtidas y dispendiosas romerías de programadores cumplieran con su euro-promesa, que era de fomentar la visibilidad y la VARIEDAD de la creación contemporánea en danza y no ya de obtener, como está ocurriendo, que las programaciones europeas de danza contemporánea se parecieran todas. Este es un mundillo: intentemos que no se nos quede en un pueblito.
Agradeceríamos que el programa político de la danza contemporánea recordara un poco menos las inarticulaciones psicodélicas del mundo cantado por John Lennon en Imagine (incombustible himno de mil totalitarismos encriptados): si no es malditamente seria, la utopía es simplemente – y peligrosamente – risible.
Agradeceríamos que se dejara de recomendar la cultura somática como sedación química del pensamiento articulado.
Y dado que esto del Futuro es un chantaje irrazonable, agradeceríamos que los artistas emergentes se acostumbraran a considerar el pasado como una deuda razonable. Y a decidir libremente en qué quieren gastarse el presente.