¿Qué devienen, fuera de ti solo,
toda obra terrenal, toda entera la vida a mi mirada?
¡Qué intolerable tedio los ocios, los comercios,
y de vano placer la espera vana,
a lado desa dicha, dicha celeste que de ti me viene!
Giacomo Leopardi
No hay nada más grotesco que moverse por placer. Pero, ¿por qué? Se asocia el moverse por
placer a la idea de moverse sin motivo alguno, más que la propia apetencia, el placer en sí
mismo. Pero en sí mismo, ¿el placer qué es? ¿Qué forma tiene? ¿Hay alguna forma universal
del placer? ¿O es precisamente una deformidad su carácter más destacado? Se lo vincula a
menudo con el deseo, con el capricho, con el descanso, con el triunfo, con la desdicha, con la
necesidad satisfecha, con la euforia, lo terrenal, lo sublime, lo mínimo, lo íntimo, lo
indescifrable, o la absoluta gratuidad de un porque sí . Todo eso puede ser adjetivo de placer y
sin embargo placer significa “plano”, todo lo contrario a la sugestión de una curva tónica y
pronunciada tal y como invitan a pensar las palabras anteriores. ¿Será porque al alcanzar tal
estado conseguimos amansar una ola, una irritación o resistencia, que lo procede? Volvamos a
la pregunta, ¿Qué forma tiene el placer? ¿Es amorfo? ¿Curvo? ¿Recto? Depende de a quién
preguntemos. Hemos asumido que el placer es sinuoso y perezoso, pero también puede ser
raudo y punzante como una avispa. Dionísio nos prometió un placer desordenado,
desobediente y antisistema ante-litteram pero, ¿acaso no hay placer en descansar en la línea
recta? O peor, ¿No hay placer en obedecer la melodía de una canción y abandonarse a dejarse
llevar por ella? Tal vez el placer tenga que ver más con sucumbir y ser deliberadamente
dóciles, prendados, presos, que con fingir públicamente que somos libres. Moverse por placer
es dejar ver los grilletes que conforman nuestra columna vertebral y sin embargo tener la
absurda sensación de que nos los estamos quitando de encima. Un movimiento libre y
espontáneo, dicen. Bien, si así queremos llamar a los escombros que derrumbe tras derrumbe
han de-construído nuestro cuerpo. De hecho, antes de llegar a la supuesta libertad de Weg
(2019) o Where the Music takes you (2019) , Ayalen Parolin transitó por un universo mecánico
y obediente en Heretics (2014) o una imagen de cautiverio explícito en La Esclava (2015). Los
intérpretes acatan las órdenes con la paradójica recompensa de liberarse a sí mismos, ya sea a
través de la construcción geométrica del espacio en Heretics o la exacerbación de una
identidad-vestido-estructura que atrapa a la intérprete Lisi Estarás en La Esclava . Ayelen
Parolin nace en Argentina y tras llegar a Europa en el año 2000 comienza a entrenarse en
Montpellier pasando a colaborar con Mathilde Monnier, Jean-Francois Peyret, Mossoux-Bonté,
Alexandra Bachzetsis, Mauro Paccagnella o Louise Vanneste. Tres años más tarde presenta su
primer trabajo coreográfico y autobiográfico 25.06.76. A partir de ahí inicia un trabajo de
investigación que pivota en el interés por la contradicciones y las complejidades de ser uno
mismo. Ese mantra absoluto que la publicidad ha cosido con esmero en nuestra ilusión de
personalidad. Ser uno mismo, ¿qué significa? Otro tema sin respuesta que esta coreógrafa
responde a trompicones, vinculándolo estrechamente al terreno de la improvisación. No es
ninguna casualidad. No es elegir la improvisación como herramienta, sino como lenguaje,
apostar por un estado formal desde el que atormentar la forma, desde el que tomar las
riendas de la cuerda y hacerla ondear generando un latigazo irregular, como un extraño
recorrido abrupto por la cartografía del carácter, entreviendo las comisuras de un acantilado o
la serenidad de una playa. Moverse por placer, sí, pero con todas sus consecuencias y
acepciones, puesto que placer en geografía es tanto un terreno fangoso poco profundo como
un barranco. Cuenta Parolin para esa práctica con un piano que detona el movimiento, tocado
por Lea Petra, quien tiene un papel protagonista y definitorio en los trabajos de esta
coreógrafa, pues ejerce el rol de anclaje y compromete al intérprete con un presente escénico.
Además, el piano es un instrumento que permite diferenciar el sosiego del ataque (o lo plano
de lo abrupto), y establece un dispositivo directo que se dirige tanto al cuerpo del intérprete
como del espectador. El ejercicio que plantea Ayelen Parolin en Weg es un trabajo
rigurosamente grotesco, que pone el foco en la gruta individual y colectiva, en la deformación
hacia dentro, en el tumulto interior. Es preciso que al piano esté sentado un cómplice: un
amigo-verdugo que trate al intérprete con cariño y sin piedad, porque al fin y al cabo se trata
de una exposición continua de verborrea huidiza, sutil, frágil y severa. No es fácil ser
constantes en arenas movedizas, por tanto el trabajo de Parolin se aferra a cuerpos
entrenados que repiten disfuncionalmente sus códigos, recordando -tal vez
inconscientemente- el impulso de salto, el en dehors, la disociación, la contracción y el releas e,
huellas de esfuerzo, memorias de partituras alguna vez aprendidas. Sin embargo, la riqueza de
esta propuesta no acaba aquí. Es importante el ahora, es importante el contexto. A la memoria
muscular e individual hemos de sumarle una presencia escénica coral, un foco hacia la
colectividad, hacia el espacio y sobretodo, hacia el espacio sonoro. Reaccionar traicionando al
cuerpo en cuanto una tecla de piano me lo diga. Más o menos, y resumiendo de manera
grotesca, es este el ejercicio de Parolin. En su trabajo individual, Where the music takes you , es
todavía más pronunciado el compromiso de ambas partes. No se trata de viajar a través de una
improvisación ligera y chispeante, sino de ser pasajero de un tren transiberiano en pleno 1900,
donde es imposible escapar del chaca chaca. Parolin nos lleva por sus vías a trompicones
obligándonos a ver el mismo paisaje una vez y otra, marcha atrás, y en definitiva, de manera
abrupta y subjetiva. Es en la calidad del bache, como ya ocurrió en Maybe (1983) de Maguy
Marin, donde reside la riqueza coreográfica. Parolin, grotesca, realiza una gruta, un fracking en
los intérpretes, o más bien les permite que se lo hagan ellos mismos. Canciones instaladas en
cuerpos, sonidos guturales, chasquidos, rigideces, repeticiones, impulsos entrecortados e
hibridaciones fruto de cuerpos entrenados. Bailar desde el placer porque es el placer de
engancharse a una memoria corporal (o a la ilusión de memoria) y revivirla desde el momento
presente. No se trata de un exorcismo, sino de un ejercicio de revitalización de una huella del
pasado que pasa el filtro del presente, incluyendo el lugar y el contexto, como un
electroencefalograma muscular. ¿Quieres saber cuántas veces he apretado los muslos cada vez
que he sentido que decían mi nombre? ¿Cuántas he girado el cuello con precipitación? ¿Y las
veces que he aflojado las rodillas cuando he sentido que estaba completamente sola y fuera de
peligro? Pues ven y tócame una melodía al piano, tal vez así pueda explicártelo.
Carmen Gómez
AYELEN PAROLIN presenta ‘Wherever the Music Takes You II‘, los días 9 y 10 de abril, y ‘Weg‘, los días 10 y 11 de abril de 2021, en el Mercat de les Flors
Fuentes y enlaces de interés:
– Web oficial Ayelen Parolin http://www.ayelenparolin.be/
– Canal vimeo Ayelen Parolin https://vimeo.com/cieayelenparolin
– Ayelen Parolin, Wherever the music takes you II (2019)
– Ayalen Parolin, Weg (2019)
– Ayelen Parolin, La esclava (2015)
– Ayelen Parolin, Heretics (2014)
– Ayelen Parolin, Interview, RUDA after Weg
– Ayelen Parolin, Interview, Tanz im August
– Maguy Marin, Maybe (!983)
– Meg Stuart, Violet
– Stephen Nachmanovitch – Sobre la improvisación
– MARTINE JOLY, la interpretación de la imagen, ed. Paidós Comunicación, 2002.
– AARON COPLAND, Cómo escuchar la música , ed. Breviarios Fondo de Cultura Económica, 1985.
– MIRCEA ELIADE, Imágenes y símbolos , ed. Taurus Ediciones, 1974.
– D.A. DONDIS, La sintaxis de la imagen , Ed. Gustavo Gili, S.A. 1985.
– IVONNE BORDELOIS, Etimología de las pasiones, Libros del Zorzal.