«Tierra de luz,
Cielo de tierra»
F. García Lorca,
Poema del cante jondo
En sus múltiples proyectos, y especialmente en su labor poética (con el despliegue acústico e incluso radiofónico y la posibilidad visual e incluso plástica de sus poemas), el vigor creativo de Juan de Loxa tenía que ver menos con el reposo que con lo inestable. Estar “en el aire” implicaba para él no sólo una circunstancia de la actividad radiofónica, sino dar valor a la palabra viva y escurridiza. No es raro que el descenso jugara un papel privilegiado en su visión del mundo. Lo manifestó con el “jondismo”, movimiento que lideró tratando de recuperar en poesía el insondable espíritu del “cante jondo”. Y por supuesto consideró la caída como lo primario del ser humano. El “Hombre” -dice uno de sus más célebres poemas- es un ángel mutilado, desalado. Aunque juzgaba, como Pascal, que si ya no era ángel, tampoco era bestia: ni lo uno ni lo otro, y a la vez lo uno y lo otro; alterada criatura de intervalos. Olalla Castro, gran conocedora de su obra, señala que lo propio de su poesía es exponer ese sitio intersticial, el lugar escamoteado de lo fronterizo. Por eso su poética de la simbiosis juega con los diversos sentidos de la preposición “con”, propio del universo doble, algo así como un ente híbrido, en el sentido de la sirena y del centauro en los que la mujer pez y el hombre caballo lo son. Nietzsche decía que el hombre es una cuerda entre el animal y el superhombre, una cuerda sobre un abismo. De manera semejante, para Loxa, el hombre es una palpitante intriga entre suelo y cielo. Una convicción que reconoció autentificada en el empuje y latido del flamenco, que celebra la gravedad y el vuelo, la atracción al doble abismo, el de lo bajo y el del ascenso.
¿Cómo no iba a concordar esta visión de Loxa con la inquietud creativa del bailaor y coreógrafo Mario Maya, para quien el flamenco encerraba también el debate entre dolor y esplendor? ¿Y cómo no iba a cautivar este marco a la afanosa inquietud de Leonor Leal que llega a Loxa precisamente a través de Maya? En su pertinaz esfuerzo de apartar lo andaluz del tópico cultural y de la perversa violencia de un folklorismo obtuso, el poeta granadino miraba hacia lo jondo del flamenco, su cabo más íntimo. Ahí donde primero Maya y después Leal han venido artísticamente a profundizar por vía del baile.
Leonor Leal se ha encargado de precisar que esta pieza no es un “homenaje” a Loxa, sino una especie de retribución. El reconocimiento de la ascendencia que sobre sí ha tenido el ánimo y el trabajo del poeta granadino. Es un presente, en el sentido de regalo y en el sentido de presencia, un agradecimiento convocando en escena el genio poético y radiofónico de Loxa, tanto en su profunda oscuridad como en su luminosidad opalescente. Es un espectáculo en blanco -como el traje de Leonor en la primera parte- y negro -como su traje en la segunda-, un matrimonio contranatura, de la voz con el silencio, de lo aural con lo visual, de lo alto con lo bajo, del ala con la pezuña. “Tierra de luz”. Una parte con la otra.
Es de sobra conocido que a ella le interesa la comunicación. Es escritora, se preocupa por interrogar la tradición y la contemporaneidad, y es especialmente brillante en su labor de difusora, estudiosa y conferenciante. Pero el núcleo de su propio baile se orienta, en cambio, hacia un lugar distinto. Es menos expansivo que contractivo. Su principal desarrollo es hacia un lugar inextenso, donde no hay comunicado porque no hay vehículo de comunicación posible. Y aunque acompañada frecuentemente por extraordinarios y generosos colaboradores, su danza parece más bien una apoteosis de la soledad. O un horadar -término vinculado etimológicamente a “herida”- en un sitio sin recinto, una herida que no se ubica, el “Ay” que se inserta en este espectáculo. “Cielo de tierra”.
Los lexicógrafos señalan que el significado original del verbo fracassare era “fraccionar”. Y la danza se reconoce fraccionando el tiempo y el espacio. No a través de objetos últimos, obras que son finales, callejones sin salida. Sino mediante fracasos, intentos que terminan siendo fracciones y que requieren nuevos intentos que llevarán a nuevas divisiones. “Intenta otra vez. Fracasa otra vez. Fracasa mejor”, se reclamaba a sí mismo Samuel Beckett. Porque hay quienes, como él, han hecho de ese desafío (“fracasar mejor”) parte esencial de su preocupación poética, entre ellas Leonor Leal. La estética de la fractura de este espectáculo es apenas una leve muestra de esto. Una estética que aparece aquí no sólo en lo rapsódico de las citas radiofónicas de Loxa, con anuncios de época incluidos, o con recortes de periódicos, o trozos de poemas, sino también por los palos incompletos que escanden el espectáculo, y todo ese patchwork acústico y visual que invade la escena.
Pero, de nuevo, ese procedimiento no se restringe a estas Estampas. Es tan consubstancial a la poética de Leal que debería estudiarse con detenimiento. Para ella, “estar en el aire” -cayendo y ascendiendo, yendo al lugar donde el callar y el caer se juntan, donde el grito y el fulgor se unen- es la ofrenda natural del baile. Y este espectáculo es una especie de tiempo de tregua, donde se muestran las marcas de ese ser del flamenco al ser acompañado con la voz “On air” de un poeta.
Victor Molina