Sobre L.E.V.E. de Paloma Muñoz
“La verdadera locura quizá no sea otra cosa
que la sabiduría misma que, cansada
de descubrir las vergüenzas del mundo,
ha tomado la inteligente resolución de volverse loca».
La levedad del ser, ¿es insoportable? La coreógrafa pacense Paloma Muñoz trata de pellizcarnos con L.E.V.E., donde demuestra que la levedad, más que insoportable, es estructural e inherente al acto coreográfico. La clave de Giselle (1841), La sílfide (1832) o El lago de los cisnes (1877) fue en su momento registrar el impulso de flotar y, a la vez, recordar que uno tiene los pies bien anclados al suelo, sintetizando así la primera lección y expectativa de una clase de ballet. Raíz que va a la luz, árbol liviano que crece, pies y manos como lenguas. Metáforas tirantes y caprichosas que encarnan en un segundo la contradicción de pesar y despegar.
Si echamos la vista atrás, las escuelas de danza cada vez han acogido a más cuerpos diversos que, en un arrebato de valentía, han querido aprender a bailar, sin importar la edad ni las maniqueas cualidades físicas. Sin duda esto es un triunfo de la danza contemporánea, empezando por la moderna Isadora Duncan (1877-1917) —quien desde una ingenuidad casi terrorista dinamitó la exclusividad del ballet— hasta las prácticas postmodernas norteamericanas de Trisha Brown (1936-1917), donde el hecho de participar y sentir el cuerpo siguiendo una instrucción consciente encarrilaba a cualquier persona voluntariosa en un acto bailado.
Esta pluralidad coreográfica ha servido para nutrir y ampliar los límites de la danza y ha engendrado verdaderas fieras escénicas cuyo trayecto ha demostrado al mundo no sólo que el cerebro es un músculo, sino que la diversidad de origen y técnica puede suponer también riqueza fundamental. Ahora bien, ¿qué pasa con quien todavía tiene ocho apellidos?, ¿a quien el oficio de la danza ha marcado su cuerpo y por ende, su forma de entender el mundo? Si no hay duda de que la apertura a la diversidad no ha sido en vano, desde luego tampoco la hay de que una mente forjada a golpe —o a caricia— de arabesque puede llegar a terrenos de creación igualmente extraños y metafísicos. Con la ventaja de haber aprendido a ser leve, antes de siquiera nombrarlo.
Paloma Muñoz, antes de ser bailarina, se formó como gimnasta de competición. Después, el Institut del Teatre la recibió como estudiante del Grado Profesional primero y del Grado en Coreografía y Técnicas de Interpretación de la Danza después, entre tanto siendo intérprete y encarnando repertorios de Metros-Ramon Oller, Thomas Noone Dance, Norrdans e IT Dansa. Probablemente por esta razón, la especulación sobre el cuerpo le vino después del dolor y del cansancio. El cuerpo se ordena solo, y después, un susto. Así describe ella misma L.E.V.E., como “un susto” resultado de la aceleración de imágenes sobre el cuerpo, “un scroll infinito que se escurre, como fuegos artificiales que luego se desvanecen”. Luego se desvanecen sí, pero mientras tanto, no. Esa cualidad de permanencia fugaz presente en las artes temporales —entendiendo transcurso limitado en el tiempo de imágenes, de pasos o de notas musicales— tal vez hace que el acto efímero sea uno de los aspectos más importantes a la hora de comprender la coreografía de Muñoz, pues uno de los pilares a la hora de construir L.E.V.E. fue el acto blanco. En ballet, el acto blanco acoge a seres etéreos, efímeros y fantasmagóricos, lo que verdaderamente es estremecedor si se piensa que es realmente un cuerpo humano el que lo está ejecutando. En esta pieza, el acto blanco se soporta mediante dos técnicas compositivas. La primera, la arcaica y ya nombrada: un cuerpo que pesa y no. El supuesto insoportable vértigo kunderiano es desafiado por un cuerpo mortal, una tecnología de piernas ejerciendo presión sobre el suelo, un arabesque onda-vital que emite rayos explotando como fuegos al final del patio de butacas. La segunda, una proyección literal de imágenes infinitas sobre un cuerpo finito. ¿Qué sostiene a qué? ¿Seguirán esas imágenes rodando cuando el cuerpo se acabe? ¿Dónde se proyectarán después? Esa es la magia y el susto. Eso es Light and Easy Vanishing Event.
Pero, ¿cómo suena ahora un acto blanco? ¿Qué tipo de música puede acompañar un gesto tan aparentemente sonoro? Entonces, el compositor Adolphe Adam (1803-1856) encontró para Giselle la fórmula para crear una melodía capaz de sostener un espíritu elemental con forma de joven mujer que moría la noche de bodas y convirtiéndose en uno de los máximos referentes del ballet clásico: las willis, versión eslava de ninfa griega que permanece en el limbo, intocable bajo un leitmotiv y un halo virtual y virtuoso. Pero ahora que nuestras mentes conocen ya la velocidad de procesamiento y la virtualidad y supone nuestro ADN social, el acto blanco necesita algo más: un choque, un golpe, un beat. Concretamente L.E.V.E. trae consigo la tecnología de composición del músico Guillem Llotje, conocido también por ser miembro del dúo de música electrónica NUU junto a la cantante y actriz Aida Oset.
L.E.V.E. es respuesta y posterior a La piel vacía (2016), pieza finalista del Premi de Dansa del Institut del Teatre y premiada posteriormente en certámenes coreográficos, también con la que inauguró su compañía Siberia. Según la coreógrafa, esta obra fue más bien un encaje de bolillos, un bordado sin apenas levantar los ojos, un ejercicio de dedicación absoluta y artesanía manteniendo esa fe tan valiosa que se tiene en los comienzos —después tal vez se tiene confianza. Trató de llegar a conocerse como creadora —ejercicio que ya empezó con Her Name is Histeria (2011)— y trajo el cuerpo roto, la sensualidad, la precisión, esas inconfundibles “taras” que como Willis se le quedaron de la gimnasia de competición y el ballet, que de alguna manera intuyó como propias. Creó un lenguaje para hablar del cuerpo hinchado y del bótox, del retrato de una piel ingobernable que organiza nuestro cuerpo pero que paradójicamente, sin nosotros, está vacía.
En L.E.V.E., sin embargo, entró la ligereza y el brillo. La preocupación por llegar a un lenguaje genuino había quedado atrás con el resto de mudas de piel. L.E.V.E. va de soltar y soltar como respuesta al aferrarse amoroso de La piel vacía. En las dos, sin embargo, el trabajo interpretativo sigue siendo fundamental. Los bailarines de Paloma Muñoz son cuerpos entrenados para el galope, ambivalentes y contradictorios, centrífugos, centrípetos, ignífugos e inflamables. La línea, presente y elocuente por sí misma, brazos y piernas que se proyectan creando una amplitud espacial y una ilusión de aspa de molino interminable. Aperturas de caderas a ras de suelo que hacen del acto blanco una provocación en tierra firme, una llamada a la vida, al fin y al cabo, entre tanta invitación fantasmal.
Carmen Gómez
– Web de la Compañía Siberia | Danza (siberiadanza.com)
– Vimeo de Paloma Muñoz SIBERIA / Paloma Muñoz (vimeo.com), que contiene, entre otros:
– Trailer L.E.V.E. (1)
– Trailer L.E.V.E. (2)
– Trailer La piel vacía
– Pieza (corta y larga) La piel vacía
– Taller coreográfico con Paloma Muñoz
– 180LAB – Lab coreográfico con Paloma Muñoz (SIBERIA)
– Trisha Brown, Accumulation
– Trisha Brown, Set and Reset
– Isadora Duncan Dancers
– Adolphe Adam, Giselle act 2 – The Willis
Heine, Heinrich [(1982) 1844]. Alemania: un poema de invierno. Bosh Casa Editorial.
Kundera, Milan [(1992)1984]. La insoportable levedad del ser. RBA.
Segura Moreno, Isabel (2020) “Lo fantástico y la identidad femenina en el ballet Giselle, una relación indirecta con la literatura”. Brumal, revista de investigación sobre lo fantástico.
Markessinis, Artemis. (2010). Historia de la danza de sus orígenes. Librerías deportivas Esteban Sanz Martier, S.L.
Abad, Ana. (2010). Historia del ballet y de la danza moderna. Alianza Editorial.
Copland, Aaron (2018). Cómo escuchar la música. Editorial Breviarios.