“Pronto sonará la hora de cierre en los jardines de por todas partes”
Émile Cioran
“We all float, down here!”
Stephen King, It
En mi santuario profano de souvenirs, reliquias, recuerdos y recordatorios, los continentes poéticos que visité son catedrales, palacios, templos muy diminutos. Los colecciono y recojo (más bien los encojo) en bolas de cristal, para que pesen menos y sea más fácil manejarlos. Vuelvo a ellos sólo para revolverlos, por el capricho pueril de ver nevar otra vez en la esfera traslúcida; de desatar sobre estos paisajes sin tiempo – que representan, cada uno, todo un mundo – la tormenta de juguete de la memoria. Cuando acudo a mis memorias de Philippe, la escena primaria o Urszene, la imagen a la que vuelvo, que revuelvo y en la que, como en una nevada, me envuelvo incansablemente es la alfombra, el océano de conejitos blancos que concebimos juntos para el final de Je veux bien vous croire. Era 2010, y la pieza (poco vista en su tiempo, y ya casi olvidada) sellaba un tríptico de creaciones dedicadas a las poéticas del entretenimiento (la primera y segunda parte de la misma trilogía eran Est-ce que je peux me permettre d’attirer votre attention sur la brièveté de la vie?, en 2006, e Il faut que je m’absente, en 2008). Era también mi primera colaboración con Philippe Saire, y el inicio de una amistad, una complicidad, una conspiración poética. Y porque los inicios y finales poseen el raro talento de tiranizar la memoria, no me ha importado fetichizar aquel último cuadro memorable de Je veux bien vous croire, donde centenares de bestezuelas inmaculadas pululaban coleando por el escenario, como plancton, alrededor de un enorme, fantasmagórico conejo blanco. Este específico Blanconejo, que era el mismísimo Philippe, terminaba quitándose su máscara zoomorfa, para contemplar con resignación a sus pies el aquelarre hemorrágico, el ruido blanco de mil chismes idénticos a él, la multitud danzante de casi-conejos en la que su imagen se había diseminado, dispersado, difractado. ¿Por qué recordarlos? Quizá porque, protagonistas de esta mise en abyme, de esta situación fractal, los conejos nos aparecieron, ya por entonces, como los discretos señores de cualquier subsuelo, y de cualquier understatement. Complementos tradicionales y proverbiales de la parafernalia del espectáculo de magia y prestidigitación, salían como de una chistera del único régimen teatral que aún consiguiese satisfacer un apetito atávico, inocente y demasiado humano de aparición y desaparición. Representaban, después de todo, el punto de fuga de todo un mundo harapiento y glamuroso, hecho de máscaras, efectos al buen tuntún, lentejuelas descosidas: un último truco de magia. Si la chistera del mago, capaz de alumbrar y eclipsar toda clase de objeto vivo o muerto, es una versión asequible, incluso entrañable de agujero negro, los conejos en diáspora de Philippe constituían un “horizonte de sucesos”: así se define en astrofísica la última turbulencia visible de las estrellas cuando se acercan frenéticamente a la singularidad, al punto omega que las absorberá, aniquilándolas. En las chisteras cósmicas la densidad del real es tan elevada, y es tan intensa su opacidad, que ningún brillo de lentejuelas, ningún polvo de estrellas, ninguna imagen de chistera, siquiera, podría ya volver de ellas. La magia desaparece como puede y como sabe: por arte de magia.
Recordándonos en esa fase de su trayectoria artística que el entertainment tradicional no es más que un reflejo distorsionado, una radiación desviada de nuestra inquietud cósmica ante la nada, y que el show es una forma gozosa y anticipada del duelo, Philippe Saire encarnó maravillosamente una nostalgia que sigue siendo el malestar esencial de todas las poéticas contemporáneas: la pérdida irreversible de las facilidades, eficiencias y efectos, de las liviandades y despreocupaciones que fueron el patrimonio de tantos géneros espectaculares en vía de extinción (cabaret, tabarin, magia, music-hall y un largo etcétera de variedades). Nos recordó en suma que nada es más difícil, más serio que la ligereza; que donde todo es frágil, donde todo es efímero, la fragilidad es probablemente ley y seguramente virtud; que donde todo se escapa, donde todo es di-versión, quien no sabe ni evadir ni divertirse no tiene ninguna escapatoria metafísica. La ironía es el premio de consolación de quienes se han sabido a tiempo perdedores en la lotería de la vida eterna. De Philippe Saire he aprendido que el objeto de la sabiduría poética no es de delirar el mundo que vendrá (para eso ya tenemos utopistas al por mayor), sino de repensar el mundo que ya está; que esta arqueología del presente es infinitamente más urgente que toda utopía; que danzar es un ejercicio de prudencia; que la discreción es un deporte de riesgo, y que nada es más disidente que la distracción.
Dedicando a las ligerezas del teatro ligero una parte tan sensible de su reflexión coreográfica, Saire no bromeaba: no podía ajusticiar la liviandad de un “teatro de efectos”, sin rendir justicia al orden profundo de sus causas, sin reivindicar la necesidad desesperada que anida en los entresijos de todo entretenimiento. Así optó por celebrar, sin preconizarlos ni predicarlos como una solución, la metafísica del espectáculo puro, su existencialismo secreto. Y hablando de efectos especiales, vislumbró de paso la sustancia trágica de la danza: demasiado real para ser magia – o demasiado mágica para ser real -; condenada secularmente a ser el aliño de todos los intermedios, el alma de todas las fiestas; tan seria y a la vez tan poco creíble; enconada sin solución entre la gravedad y el ridículo. Terminantemente entremedio. Philippe Saire sigue cargando con esta tarea ambivalente: mientras anhela de todo corazón creerse el milagro, las taumaturgias del danzar, se prepara en todo momento a apreciar y salvar, de aquel milagro y aquellas taumaturgias, sólo la carencia, el deseo subyacente. Lo hace con el desencanto amoroso del buen espectador de magia, y de cualquier niño. Esta indulgencia meditada lo convierte, dicho sea de paso, en un prodigioso intérprete del imaginario infantil y de los multiversos que lo conforman (Hocus Pocus, de 2017). Y aunque la derrota de las mejores intenciones y utopías – poéticas, sentimentales, políticas (La dérive des continents, 2013 Utopía mia, 2014; NEONS – Never Ever, Oh, Noisy Shadows, 2014) – sea uno de los pilares de su teatro de danza, Philippe Saire posee la agilidad moral de no orquestar nunca esta derrota con malignidad; de constatarla, si acaso, con una especie de melancolía, sin acritud. Sus piezas son apólogos encantados sobre la pérdida de la ilusión y sobre el fin de la infancia (verdadera o figurada, literal o funcional): homenajes elegíacos a la poesía sin precio del aparecer y del desaparecer, del surgir y del esfumarse, del inicio y del fin – prodigios, todos ellos, con los que la danza sólo puede soñar, abocada como aparece a la prosa del devenir. O secuestrada en la medialidad del medio que es.
He aquí la razón más profunda del interés de Philippe Saire por las teatralidades “ligeras”: sólo una teatralidad cuyos contenidos sean lo bastante irrelevantes como para dejar al desnudo, aislándola, la “medialidad” de su marco formal, permite elaborar una reflexión radical sobre la noción de medio. El espectáculo de evasión es en suma la expresión depurada de una cualidad medial que, en otras formas de teatro, más serias y bienintencionada, tiende a subsumirse bajo el peso o bajo la enjundia del contenido, del mensaje, del cometido. El medio divide. El medio distrae. El medio libera y a la vez cautiva. Como todos los umbrales, pone en comunicación las cosas que separa. Cuando, con el objetivo de distraer, despliega sus intermedios en los entresijos de teatralidades más “elevadas” – y también más “pesadas” -, retiene la atención de los espectadores en una especie de vacancia discursiva: una región de los signos ingrávida y transitoria, donde revocar el mensaje es más legítimo que invocarlo. Philippe Saire ha explorado con finura excepcional el parentesco entre este suspense inherente a la gramática de la diversión (la “pobreza expectante” de su mensaje) y las suspensiones de la danza, los silencios que hacen de ella el más puro y desvalido de los medios – Giorgio Agamben diría “medio sin fin” -. La obstinación ética de Philippe Saire es asegurarse de que la forma danzada no desmerezca de su silencio desde sobre el mundo. Y que reivindique como un límite necesario, como su miseria fastuosa, el hecho de constituir así el intervalo, el entredicho de todo el decir: puerta flotante que no comunica, pero conduce a todas partes.
Y para que este discurso sobre la medialidad sea más radical y arriesgado, lejos de asumir la danza como un medio a priori, un atajo formal, nuestro coreógrafo opta por deducirla o definirla “a partir del medio”: de un paradigma espacial (una condición “escenográfica” de existencia y posibilidad) que acaba por repercutir en todos los aspectos gestuales, todas las cualidades presenciales de una obra determinada. La serie de los dispositifs (dispositivos) es un impresionante catálogo de estos “espacios mediales”; una colección, si se quiere, de chisteras metafísicas: el portal de neones en Vacuum (2015) o Hocus Pocus; el diafragma que separa en dos mitades exactas escena y grada en Cut (2016); la arena circular plagada de globos en Party Room (2021); los telones, drapeados y cortinas de Velvet (2022). Recursos, todos, que perfilan umbrales inauditos de aparición y desocultamiento, de exhibitu (el gesto literalmente fenoménico por el que se enseña lo que estaba escondido). Pensados para cultivar la oscilación metafísica entre la certeza del ser y las incertidumbres del aparecer, muchos de los dispositivos mencionados son simplemente máquinas de desustancializar: o bien enfrentando el cuerpo – y en ocasiones el conjunto de la escena – a una economía fractal de imágenes especulares y dobles (Vacuum, Hocus Pocus, Cut, Party Room), o bien tramando la evaporación óptica de ciertos axiomas espaciales. A una función de este segundo tipo remite, por ejemplo, el sorprendente dispositivo de neones utilizado a vario título en al menos cinco de las piezas del suizo (Il faut que je m’absente, Je veux bien vous croire, NEONS, entre otras). Hoy es la oportunidad, brindada por unas barras de neón correctamente alineadas, en Vacuum y en Hocus Pocus, de pergeñar un diafragma impalpable, una frontera inasible y adimensional entre los objetos emergentes de la visión, y la infinita región de invisibilidad que aguarda tras esta brecha, este renglón de luz. En su tiempo fue la tergiversación de Black Out (2011), donde una escenografía à plat, parecida a un papel de dibujo y observada rigurosamente desde arriba, desplegaba coreográficamente el oxímoron de una superficie absoluta, como si el espacio real hubiera sido forzado a abdicar una dimensión, invocar un trasfondo ya sin fondo, desbancar los valores al uso de la perspectiva escénica y figurativa, hacer una mise en abyme del abismo. Maneras ambas de reformular la vieja magia de los conejos blancos, surgidos o eclipsados a voluntad, ellos también, gracias a la malicia de un doble fondo insospechado. Así funciona el cabaret apocalíptico de Philippe Saire: todo lo pretendidamente serio se hunde ruinosamente en ridículo, pero todo lo ligero y festivo se empantana pronto o tarde en un presagio de muerte. A todo continente su deriva. A todo viaje su vacación. A toda vacación su naufragio, A todo náufrago su océano.
De aquí que, en Philippe Saire, sea una necesidad casi orgánica alternar dos modalidades de trabajo. Varias piezas exhiben estructuras argumentales muy articuladas, dictadas por inputs intensamente ideológicos; en los trabajos de este grupo parece delinearse una narración; los referentes y modelos son enunciables; la dramaturgia es en sentido propio molar, porque apunta sobre todo a demistificar las verdades al uso, a desmantelar las tesis de cajón, a sembrar la duda (Sang d’encre, 2005; Lonesome Cowboy,2009; Je veux bien vous croire, Utopia mia, La dérive des continents, Angels in America, 2019). Diría incluso que existe una analogía profunda entre la estructura de esos trabajos, su economía de heterogeneidades, y la pasión coreográfica de Philippe Saire por los trenzados de cuerpos (entanglement), una alianza entre complicaciones temáticas e intrincaciones somáticas. Las piezas del segundo grupo, los dispositivos ya mencionados, no parecen en cambio desplegar ninguna “pluralidad de eventos”, porque su parábola se define de alguna manera desde el interior, a partir de un nudo original y a menudo doloroso (gesto, color, materia, norma situacional, condición medial): una enfermedad primitiva, del cuerpo o del espacio, que simplemente sigue su curso. Derivando así de un axioma general, de un diagrama único, la dramaturgia de estos trabajos es más molecular que propiamente molar. No transita por modelos y modelaciones, sino por módulos y modulaciones. Obra menos por yuxtaposición que por exposición: exudando la curva continua y consecuente de su ley interna, constriñe la figura humana en una linde de algo: la convierte en la cosa náufraga que flota, resiste, protesta y se agita contra la indiferencia despiadada del medio, agarrándose a lo que sea con lo que sea, caricia o degüelle, porque el contacto es, por su desesperante inanidad, la necesidad irracional, el aspaviento que nos queda cuando todos los referentes y amarres desaparecen.
Porque ¿a qué se mide la estabilidad de un sistema, su conquistada capacidad de proseguir sólo su proyecto de significación, su vitalidad, su capacidad de autoperpetuación? Por extraño que pueda antojarse, el baremo será la disolución del sistema en cuanto sistema. Como ocurre en la biosfera, el sistema producirá su propia homeostasis y su propia entropía: la eclipse por saturación de las reglas que lo hacen funcionar. El análogo teatral de esta dinámica es otro tipo de homeostasis: un ajuste de cuentas de la economía de sentido, que comporta la rendición incondicional a la indiferencia, al caos silencioso del que habían emergido todas las formas “discretas”, las palabras articulables, los gestos rastreables de la pieza. El tejido de la pieza se vuelve textura, espesura, modo de consistencia; la licuación de la forma se vuelve delicuescencia del significado en una mar de algo: la vibración voraz, la pululación de un color, de una forma, de una materia, de un gesto, de una energía. Océano ya indomable de conejos blancos, de virutas negras, de sombra indivisibles, de globos inasibles. En este ondeante abismo de indiferencia, en este autismo gestual, que es la entropía específica de la danza según Philippe Saire, se hunden también los cuerpos, últimos depositarios de la diferencia como ilusión y de la ilusión como diferencia.
Fin de fiesta, después de todo, en un salón mental lleno del eco enclenque de un último vals. Porque hacer fiesta es fundamentalmente abrazar, el tiempo de un intermedio, la ligereza más que sostenible de ya no deber, de ya no poder, de ya no ser más, de no ser aún, o de no ser más que. La ligereza es patrimonio de la noche. Durante siglos y en incontables estructuras del imaginario colectivo, ha sido también la riqueza única y lamentable de las cosas sin cuerpo, la discutible ventaja de los muertos, de los fantasmas, de las imágenes; y la indiscutible ventaja de las palabras emancipadas de su sentido, ellas también en fiesta, ellas también puestas, como en un entremedio flotante, entre dos paréntesis: en un globo sintáctico hecho para envolver el cuerpo de la letra, quitándole importancia, poniéndolo a flotar, reteniendo la tentación del sentido, permitiendo finalmente a las palabras de escaparse hacia arriba, en las alturas incalculables de lo nunca dicho.
Salón de fiestas ingrávido y terminal es ese mundo otro, que tan a menudo asoma en los trabajos de Philippe, demasiado parecido a un ultramundo como para no resultar levemente siniestro. Esmirriado carnaval de almas, espejismos e ingravidez, donde todo flota, todo huye, todo sube y algo, de vez en cuando, explota; donde no queda, de cosas y cuerpos, sino la memoria invariablemente suave y rotunda de las ferias, de los parques de atracción de antaño, de las bolas de cristal que muchos niños, y unos cuantos adultos, aún gustan de agitar.
Roberto Fratini
PHILIPPE SAIRE presenta al Mercat de les Flors: ‘Vacuum’ (21 i 22 de gener de 2023), ‘Hocus Pocus’ (21 i 22 de gener de 2023) i ‘Party Room’ (26 i 27 de gener de 2023)
Bibliografía:
VVAA, à Travers. Perspectives sur le travail de Philippe Saire, Lausanne, A.type éditions, 2016.
Boris CHARMATZ, Isabelle LAUNAY Entretenir. À propos d’une danse contemporaine, Paris, Les Presses du Réel, 2003.
Links vídeo:
(vídeo integral, Nicole Seiler, Shiver, 2014)
https://www.facebook.com/watch/?v=263276442394836
(teaser online, Jasmine Morand, Lumen, 2020)
(teaser online, Jasmine Hugonnet, Le récital des postures, 2016)
(integral Cie. 14.20, Clément Debailleus, Raphaël Navarro, Le Corps, 2000)
(teaser online, Foofwa d’imobilité, Uterus, 2014)
Links de interés:
https://mercatflors.cat/blog/cuerpo-de-sombra-y-luz-por-roberto-fratini/
(texto ElBlogDelMercat sobre Hocus Pocus)