«Era maravilloso. Bailábamos sin conocer los pasos»
(Grafiti en un muro del Politécnico, Atenas)
Doce es un número mágico. Es un pulso, un latido y una vibración. Doce es una hermandad electiva. Doce somos testigos del desfile de espinas, látigos, clavos y azotes que apuran el cáliz del sacrificio. Portadores de una palabra que se hace cuerpo, presenciamos la desaparición de la figura del maestro y sentimos el devenir de nuestras propias maestrías, como una onda de concatenaciones; como una transmisión expansiva…empírica. Doce es un ritual. Una celebración bucólica. Es una explosión profana que hace de la despedida una jarana. La fiesta del agotamiento y el agotamiento de la fiesta como una sublimación de lo profano hacia lo sagrado. Verdad que abraza. Casi una consumación.
En el agotamiento encontramos el impulso para sacudir, temblar, sonar, soñar, resonar, resoñar, agitar y festejar.
Imaginemos La Santa Cena de Leonardo Da Vinci. Ahora ubiquemos el negativo dado vuelta, debajo: Dele al play… Esto es en lo que pienso cuando bailo el comienzo de Doce. La Santa Cena pero invertida, en negativo, distorsionada. La que se realiza en un tiempo paralelo. Un hijo que es otro hijo, o que es un hijo otro (pródigo, quizás). Uno que decidió ir a dar una vuelta por el mundo, como quien se pasea en una Soleá por Bulerías, para enriquecer la mirada. Uno que se fue de viaje por latitudes de otras danzas. Se fue de viaje, no como una huída, sino como una exploración. Su curiosidad es plural: ¿qué miramos cuando miramos las cosas? ¿Desde dónde las miramos? Le interesa darle una vuelta a las imposiciones, a la tradición, a doctrinas de la norma y por tanto de la heteronormatividad; y al batirlas y mezclarlas, observar las chispas que surgen. Con esas chispas, retener el sentido -como en una suspensión poética- y rematar el concepto. ¿Qué concepto? El flamenco.
El agotamiento provoca accidentes y esos accidentes hacen del pulso un ritmo único y develan la vulnerabilidad que supura la vida.
Del error, una enseñanza que afecta y estimula un debate interno, un colapso. Y sobre todo, como dice Constanza Brncic, provoca a “no dar nada por sentado”.
Al maestro le seduce generar un campo fértil para el agenciamiento, eso que Gilles Deleuze describe como “una multiplicidad que comporta muchos géneros heterogéneos y que establece uniones, relaciones entre ellos, a través de edades, de sexos y de reinos de diferentes naturalezas. Lo importante no son las filiaciones sino las alianzas y las aleaciones; ni tampoco las herencias o las descendencias sino los contagios, las epidemias, el viento. Un animal se define menos por el género y la especie, por sus órganos y sus funciones que por los agenciamientos de que forma parte.”
Encarnando esta multiplicidad que seduce la mirada de Juan Carlos Lérida, a su lado somos más que discípulas y discípulos transformados por el lenguaje al que transforman. Somos cosmos. Somos bestias que han decidido rendirse a las vísceras. Que desgranan y decodifican lo interno y lo externo, zapateando hasta perforar el escenario. Las cuentas se vuelven cantos para no quedar amarrados a los números. Buscamos una reacción química. Una reverberación. Una necesidad que mata y remata el prejuicio. La fatalidad de una resolución que surge del retorcimiento de una espiral. Somos un impulso para que el apetito se vuelva más fuerte que el miedo y encuerpemos la condición de parias transformando el desarraigo en un terreno cuyo límite esté mucho más allá del compás. Para que estemos en nuestro templo, en nuestro tiempo, en nuestro tempo. Y por eso necesitamos matar, matarnos. Y necesitamos morir. Y renacer. Morir y renacer en un eterno retorno. Y para eso estamos acá, para aprender a morir.
Hemos tenido que desoír estrictas sentencias, juicios inflexibles, para poder seguir gozando y transformando nuestra identidad, colocándonos en la tensión entre la tradición y la pureza del código, en la cuerda floja del pasado y el futuro. Subversión. Desestabilización.
La muerte de nuestra identidad y la transformación de las enseñanzas nos enreda en este escribir deviniendo, sin saber escribir. En esta hibridación mortal del lenguaje. Este escribir por miedo a la muerte. Escribirnos con la muerte encima. Porque lo que no se puede decir, ¿Cómo se nombra?
Confiar, confiar, confiar, confiar que cuando vives en el caos, hay un momento en que encuentras el pulso.
Por eso es necesario empujar los límites para probar. Abandonando la ironía. Arrojarse al desequilibrio para sobrevivir. Provocar a la muerte para renacer otro ser.
Y así, en el inframundo, con el corazón en llamas, comenzar la farra.
Karen Mora
ENLACES DE INTERÉS
http://deleuzefilosofia.blogspot.com/2008/10/qu-es-un-agenciamiento.html
BIBLIOGRAFÍA
-Apuntes de la materia Flamenco optativo dictada por J. C. Lérida. Cursada en la carrera de Coreografía e interpretación en el Institut del Teatre, ciclo 2017.
-ARENDT, H. La condición humana (1958) Barcelona. Ed: Paidós
-DIDI-HUBERMAN, G. El bailaor de soledades (2008) Valencia. Ed: Pre-textos.
-LÓPEZ RODRIGUEZ, F. Historia queer del flamenco (2020) Barcelona. Ed. Egales.
-PRECIADO, P.B. Yo soy el monstruo que os habla (2020) Barcelona. Ed: Anagrama.