«Youth is wasted on the young» (George Bernard Shaw)
RF: Te considero uno de los intérpretes más interesantes y peculiares de tu generación. Tan peculiar, de hecho, que en tu caso no estaría desacertado el término algo viejuno de solista: alejado como eres, por simples circunstancias geográficas, de los territorios y mercados metropolitanos; solitario de una soledad heráldica y pensativa, como los príncipes plasmados en mil versos de la tradición caballeresca. A esta impresión de singularidad principesca contribuye la innegable elegancia de tus cualidades dinámicas y, entre todas, una manera muy idiosincrásica de darle vueltas a un rasgo estilístico conocido como isolation – nunca mejor dicho -. Encuentro emblemático que el gran cierre de la Covid, mientras a tantos artistas les supuso un impasse casi inabarcable, en tu caso funcionara como un verdadero disparador de la voluntad coreográfica…
AD: Es la circunstancia que me encontré en mi inicio de carrera como creador, en una situación catalizada por la Covid. Esa soledad me sugirió una manera específica de seguir adelante paulatinamente en el aprendizaje poético, evitando lanzarme directamente a hacer cosas mucho muy complejas. Atendiendo a una peculiaridad de mi carácter, decidí ir escalando, aumentando poco a poco la complejidad de cada trabajo, tanto a nivel artístico – las cualidades de movimiento y la construcción coreográfica – como a nivel de producción y gestión. No quería dar pasos en falso. Es verdad que la intención de hacer trabajos grupales estuvo allí desde el inicio, pero la situación me obligó a hacer solos, y los solos fueron mi manera de encontrar algo así como una personalidad dinámica. Antes de la Covid trabajaba en tres ciudades diferentes, en Bruselas, Praga y Berlín, con compañías cuyos estilos y trabajo eran casi antitéticos – en Berlín bastante conceptual y de happening; en Bruselas y Praga muy teatral y físico -. Quizá, al encontrarme aislado y sin trabajo a raíz del confinamiento, busqué mi identidad en la fisura abierta por esta dicotomía de poéticas.
RF: La impresión es que, entrenado en el ejercicio físico y espiritual de gestionar la soledad, únicamente estuvieras esperando la ocasión de ahondar en ella. Así pues, tus primeros solos (The Beauty of It, 2018; Unravel, 2021; Papillon, 2022) desprenden un intenso cariz contemplativo: el movimiento obedece a una tectónica sosegada, una manera hermosa de habitar la duración, un cantus planus del cuerpo, una manera serenamente desorientada de cruzar la viscosidad del tiempo. ¿Qué ha pasado en la transición de esta primera manera “soliloquial” al trabajo con la alteridad, primero en pareja (Cowards, 2023) y ahora en grupo?
AD: Al inicio la Covid casi nos forzaba a ser introspectivos. Parecía el momento de encerrarse como en un monasterio. Y nunca el imperativo de ser productivos y crecer se hizo sentir como en esta fase de aislamiento e inactividad forzada. Es verdad que por la naturaleza de nuestra profesión, y por razones personales, fue inevitable cierta labor de autoanálisis. El hecho de trabajar mucho fuera, saltar de un país a otro, vivir en el caos de los aeropuertos, lidiar con shifts muy abruptos de lenguajes artísticos, idioma y cultura, entrena mucho, quieras que no, la necesidad de construir una burbuja protectora. En esa burbuja se hace difícil decir si es más real la dimensión introspectiva o el mundo exterior. El solo que hice en esa fase de gran movilidad, The Beauty of It, inspirado en los escritos de Carl Jung, hablaba un poco de esto: del choque entre consciente y subconsciente; de la alienación y de sus máscaras; del desarraigo que estaba viviendo, alejado de mis lugares de origen; de la imposibilidad de volver a arraigarme en algún sitio, y en resumidas cuentas del hecho de ignorar quién soy. Los solos sucesivos siguieron un poco en esta aventura de entenderme a mí mismo, de observar el mundo a través de mi crisálida y, en un momento dado, salir de ella. Tras habitar diferentes facetas de la intimidad, decidí, en Cowards, pasar a explorarla a través de la contraposición, incluso del choque, con una subjetividad otra: fue como externalizar la tensión, desplazarla del espacio interior a un escenario ya afectivo y microsocial. Todas mis piezas se corresponden con momentos vitales en los que una temática me resuena mucho. En ese momento me interesaba el motivo de la masculinidad: el dúo surgía de mi contemplación perpleja de ciertos comportamientos masculinos al uso, que no lograba entender. Quería entender en qué medida me concernían, y cuánto había en ellos de inevitable o de forzado. En Monument, la nueva creación, los focos de interés son la identidad juvenil y las dinámicas de grupo. Me gusta pensar que mis piezas no dejan de ser solos expandidos en más cuerpos. Y me doy cuenta de que, a la hora de abordar un tema, casi siempre termino declinándolo “cinematográficamente”, como un modo específico de edición de la temporalidad: a la hora de determinar las cualidades y energías de Monument fue inevitable, por ejemplo, tener en cuenta la cultura del videoclip, tan determinante para nuestra cultura audiovisual. Y creo que precisamente esta insistencia en la manipulación abstracta de ciertos sesgos temporales es lo que hace, sin recurrir a efectos especiales extrínsecos, e incluso en presencia de una fisicalidad exacerbada, como aquí, el espíritu de la pieza vuelve a ser contemplativo.
RF: Suele ocurrir que, cuando los solistas navegados intentan desplegar su poética en trabajos colectivos, busquen intérpretes afines a su universo estilístico y energético. En tu caso siempre me impactó tu curiosidad por subjetividades y diagramas poéticos muy distantes. Quizá pluralizar el principio de la soledad signifique dramatizar la potencia de contradicción y heterogeneidad que la habita. Y recordando el maravilloso soliloquio coreográfico que, en Unravel, dedicabas a las obreras de la industria textil catalana, se me ocurre que ya por entonces tus solos hablaban de cómo fuera posible encontrar nuevos equilibrios a partir de circunstancias estridentes, hecha de mecánicas “angulosas”, estados alienados y diferencias agudas.
AD: Cuando trabajaba en Bruselas lo que más me interesaba era el trabajo de ciertas compañías que no intentaban uniformar el lenguaje sino potenciar las individualidades y constelarlas. Aburriéndome de mí mismo, me gusta en cada pieza meterme en lugares desconocidos, salir de mi zona de confort. Ojalá fuera yo camaleónico, capaz de evolucionar y cambiar, siempre abierto a lo vendrá después. En cierto sentido, Monument habla también de este deseo casi imposible de rejuvenecimiento permanente de mi identidad y de la identidad en general. Cada una de mis piezas, en este sentido, desea recaer en las potencialidades de los intérpretes: más que llevarlos a mi lenguaje, intento siempre acercarme a su idiosincrasia y construir a partir de ella.
RF: Hablemos justamente de territorialidad estilística. Quien ve solos como Papillon o Unravel suele quedarse con la sensación de que tu galaxia dinámica de referencia sea la de las danzas urbanas. La energía que suele pulsar en los marcos del popping al uso y del hip hop de fusión no deja de ser explosiva, “vulcaniana” que digamos. Tu trabajo, en cambio, puede definirse “neptuniano” (por eso lo he descrito como una tectónica): como si en el cuerpo estuvieran desplazándose plataformas continentales cuyo movimiento es siempre lento, incluso en la catástrofe; como si la energía fluyera en abismos muy alejados de la superficie, y de resultas de este buceo, todas las esquinas y aristas del popping al uso resultaran como redondeadas, ondeantes, licuadas. ¿Cómo te posicionas en relación con el legado energético de las danzas urbanas?
AD: Es curioso que la gente me pregunte todo el tiempo si vengo del popping, cuando yo nunca he practicado la Street Dance de manera directa y deliberada. ¡Si cuando empecé a bailar, yo venía del tenis! El punto de partida era bastante diferente al de los artistas de hip hop, cuyo aprendizaje suele hacerse de adolescentes en la calle, y funcionar por dinámicas de emulación, de ensayo y error, de repetición y reproducción (a veces de plagio). Siendo ya muy mayor para los estándares de la danza profesional – tenía 20 años – y viniendo de un deporte con una fisicalidad muy concreta, consciente de no estar competitivamente a la altura de compañeros de profesión que llevaban toda la vida bailando, aposté por lanzarme a interpretar como herramienta de formación inmersiva, y renunciar de entrada a cualquier ínfula de virtuosismo. Estuve simplemente preguntándome qué cualidades, ritmos y constelaciones podía encontrar en mi cuerpo que resultaran en algo interesante y complejo. No podía posicionarme a una escala superior, en la frecuencia dinámica de mis compañeros, y busqué en las frecuencias bajas de mi cuerpo, en energías sencillas que de pronto me seducían porque permitían cincelar el tiempo obteniendo clases de flujo que llegaban a parecer inorgánicas como las de cierto editing cinematográfico. En The Beauty of It había efectos de fast forward, de sampling o de slow motion. Y por mucho que estos editings dinámicos recordaran ciertas cualidades típicas de la danza urbana, me sentía muy alejado de la fraseología atacada y chispeante propia de los códigos hip hop, con sus gajes, tics y tricks. Sentía que mi lugar era mucho más ambiguo y pensativo.
RF: O, de nuevo, más solitario, en relación con un mundo en el que el gregarismo suele verse tan enfatizado. Monument va un poco de esto. Podrías resumirlo en pocas frases?
AN: Monument quiere evocar la esencia de la juventud, que implica la búsqueda constante de lo común o de la comunidad, del grupo como marco de realización, recreación y defensa de la identidad personal; Monument habla de la necesidad del grupo como familia de elección y de la necesidad de sentirse colectivamente subversivos y en colisión con la autoridad; pero también del instinto de construir subjetividades disidentes a partir de gestos de cosificación de cuerpos y de estilos. Creo que el verdadero malestar de la juventud actual, arrollada por una pluralidad inabarcable de modelos y estímulos, es el hiperconsumo estilístico. La pieza funciona, pues, como un viaje emocional por diferentes etapas, que van del desengaño a la rebeldía a la fetichización de actitudes comportamentales y modos de aparición. Habla de la incorporación automática, acelerada y descarada de lenguajes diversos como señas intercambiables y desechables de identidad (no hablo de “apropiación” porque todo el mundo está ahora mismo muy susceptible lexicalmente). Y celebra – lamentándolo un poco – el carácter explosivo y efervescente de la juventud: los impulsos subversivos que se antojan transcendentales pero, a toro pasado, se revelan vanos, porque la revolución soñada nunca ha tenido lugar, pero hemos conseguido vivirla intensamente mientras nos la creíamos.
RF: ¿Se puede decir que tu nueva creación habla de un panorama tan terminantemente depauperado y desorientado que nos condena a construir la identidad como un puzle más o menos advenedizo e improvisado de memes culturales, ideológicos y cosméticos?
AD: Hay un elemento de patchwork esencial. Lo evocamos, en Monument, a través de las grandes telas compuestas que ocupan el fondo del escenario, y que recuerdan ciertas banderas de colectivos apátridas, o ciertos quilts fantasmagóricos, hechos de mil cosas, que podrías encontrar en una casa okupa: un Frankenstein de elementos, emblema de las estrategias “abaratadas” de fabricación de la subjetividad que se ofrecen a las nuevas generaciones. Piensa en el fenómeno fast fashion: ya no tienes que destinar todo tu sueldo para definirte rockero o grunge. Puedes comprarte cualquier ropa, escuchar cualquier música, cambiar tu look a diario, malversar y empaquetar tu identidad a cada paso. El fenómeno que hasta hace poco llamábamos tribus urbanas se ve fomentado, pero también socavado, por esta atomización creciente.
RF: ¿Y qué hay de monumental en todo esto?
AD: Hay algo socialmente establecido que es el endiosamiento de la juventud y el imperativo que todos los jóvenes sufren de utilizar su juventud convulsamente, como un capital de riesgo, para dejar una marca, determinar un destino. Con excepción de unos pocos científicos o artistas reconocidos, lo que sobre todo se premia hoy en día es la sensualidad, la belleza, la lozanía, la fuerza, el glamur, la rapidez de la juventud. Las carreras de los nuevos referentes sociales y de los famosos de toda calaña están comprimidas en el espacio efímero de la inmadurez, que se ha convertido, por eso, en un marco muy convulso de aceleraciones, precipitaciones y éxitos meteóricos. En las artes escénicas y en deporte puede apreciarse, si te fijas, una especie de competición a quién es más joven. El público se deja obsesionar por la precocidad de tal futbolista, por la extrema juventud de tal artista, etc; nada lo seduce como el instinto de atrapar la juventud, idolatrarla, rentabilizarla, y obviamente consumirla…
RF: Desde luego que monumentalizar lo efímero no deja de ser una maniobra necromaterialista muy característica de los totalitarismos y fascismos históricos, maestros todos ellos en hacer el peor uso posible del carisma de la juventud; y en convertir la fuerza de impacto de la juventud en un valor absoluto, en un activo militar o económico, para cadaverizarla más eficazmente. Se me ocurren al menos un par de hitos coreográficos, cuyo título alude a la idea de monumento (como Le Presbytère de Maurice Béjart – 1996 –, o Totenmal de Mary Wigman – 1930 – ), y que eran réquiems a generaciones pulverizadas por guerras o pandemias. Me pregunto si en Momument hay algo de misa fúnebre para una juventud que está siendo sacrificada al altar del paradigma neoliberal.
AD: En parte sí, aunque no me guste llegar a una conclusión. La nuestra no deja de ser una generación totalmente perdida, marcada por el refrán del no future. Una generación que estaría en la tesitura más indicada para sublevarse, cuyas revoluciones son sin embargo estériles; una generación que puede aspirar como mucho a una huida hacia adelante, una rave sin mañana. Es curioso que pienses en ciertos clásicos: Monument empieza con una referencia al universo figurativo de Delacroix. Porque los memoriales revolucionarios, monumentos y referentes figurativos de la revoluciones exhiben invariablemente cuerpos jóvenes en actitudes heroicas y estatuarias. Nuestro punto de partida es la evocación de este ensueño casi clásico de un énfasis somático y gestual en el que viene forjándose desde siempre el imaginario subversivo de la juventud, con toda la perversión potencial que lo caracteriza.
RF: A la vez, hay algo en este impulso escultural que remite a aspectos de tu trabajo anterior. Pienso en la galería de poses clásicas masculinas que ocupaba toda una secuencia de Cowards Como si te impulsara una pregunta sobre la belleza y sus insidias: sus poderes narcóticos y de disimulación, su carisma y su impotencia. O finalmente su melancolía.
AD: En Monument hay un texto en off construido a partir de mis acotaciones. En un principio pensé recurrir a un actor, pero la voz de los actores tiende a ser muy declamatoria – monumental, a su vez – y finalmente opté por grabarme a mí mismo. El texto deja claro que la pieza nace de una inquietud vital personal: el hecho, por un lado, de sentir que ya estoy fuera de la juventud (este mes cumplí 36 años), y la rebeldía personal de no querer dejarla atrás sin más; de no querer integrarme sin rechistar al rebaño; de querer todavía usar mi cuerpo para celebrarme y reivindicar. Quizá haya algo de síndrome de Peter Pan o de apego a la inmadurez en todo esto; la sensación de querer seguir en la fiesta sin que te echen. Y al mismo tiempo, pese a este rechazo de la madurez, una sensación de perplejidad ante los nuevos estatutos de la juventud, con sus bombas de humo que ahora mismo no se consolidan en nada.
RF: ¿Melancolía quizás por la sensación de estar abandonando la juventud de dos maneras, una simplemente anagráfica y la otra artística? ¿Melancolía de una condición, al de coreógrafo, que de alguna manera te relega en un rol de autoridad que te “envejece” simbólicamente muy a pesar tuyo?
AD: El intérprete más joven del espectáculo acaba de cumplir 22 años. No es que le tenga envidia a estos cuerpos tan patentemente más jóvenes que el mío. La mía es más bien una envidia benévola hacia el carisma del descubrimiento permanente, la efervescencia, la energía que hace que, siendo jóvenes, todo aparezca nuevo. Salir de la juventud significa sobre todo darse cuenta de que la posibilidad de sorprenderse se está encogiendo; significa tener retrovisor y referentes conocidos para saber lo que va a pasar.
RF: Y haber perdido el capital de la inocencia, el lujo del error, la electrizante libertad de fracasar. Es una melancolía que comparto.
ROBERTO FRATINI
ÀNGEL DURAN presenta ‘Monument’ al Mercat de les Flors del 13 al 15 de març de 2025
Bibliografía:
Francesco M. CATALUCCIO, Inmadurez. La enfermedad de nuestro tiempo, Madrid, Siruela: 2006.
Luís COSTA, Dance Usted. Asuntos de baile, Barcelona, Anagrama: 2022.
Georges DIDI-HUBERMAN, Desear desobedecer. Lo que nos levanta, I, Madrid, Abada: 2020.
María José JOOFT, Tribus urbanas. Una guía para entender las subculturas juveniles de la actualidad, Madrid: Vida, 2003.
David MACHIN; Paul BOUISSAC, The Language of War Monuments, New York, Bloomsbury: 2013.
Ethan WATTERS, Urban Tribes. A Generation Redefines Friendship, Familly and Commitment, New York, Bloomsbury: 2003.
Links video:
(Película integral, Jennie Livingston, Paris is burning, 1990)
(Trailer, Arno Schuytemaker, I Will Wait for You, 2017)
(escena de apertura, Gaspar Noé, Climax, 2018)
(Trailer, Fernando Frías de la Parra, Ya no estoy aquí, 2019)
(Teaser, Jan Martens, Any Attempt will End in Crushed Bodies and Shattered Bones, 2021)
(Extractos + entrevista, Gisèle Vienne, Crowd, 2020)
Links de interés:
https://mercatflors.cat/en/blog/cuerpo-a-banda-ancha-el-hip-hop-en-la-encrucijada-del-semiocapitalismo-por-roberto-fratini/ (Artículo Blog Mercat, Roberto FRATINI, “Cuerpo a banda ancha. El Hip Hop en la encrucijada del semiocapitalismo”)
https://www.scielo.cl/scielo.php?pid=S0718-22362002000200006&script=sci_arttext&tlng=en (Artículo, Juan Claudio SILVA, “Juventud y tribus urbanas. En busca de la identidad”, Última Década, V. 10 (17), Santiago: 2002, pp.117-130)