Ara cal ad ludens
“Un cuadro no tiene nada que ver con un relato, no es un relato. Pero al mismo tiempo las narraciones y las figuraciones están dadas, incluso antes de que el pintor haya comenzado a pintar. Son datos, y están ahí, sobre la tela.”
(Gilles Deleuze)
Los niños, ese oscuro objeto del mercado al que muchas compañías llegan por un -casual o no- deseo legítimo de explorar nuevos públicos. Los niños, esos seres cándidos que no saben de incandescencias de la moral. Los niños, esas leves criaturas, envidiadas por los adultos por su falta de responsabilidad. Los niños. Quien los toma en serio se merece todos los respetos. Los niños. Los que ya no juegan para darle al Play.
Aunque la moda haya absorbido indiscutiblemente la fiebre inherente, el despliegue del «espectáculo familiar» sigue siendo un terreno lleno de sutilezas en el que no es fácil encajar con acierto. Los niños, fuente de fantasías interminables, son también un target de satisfacción difícil y de fácil agotamiento. Tomar en serio a un niño es una asignatura todavía pendiente en muchos ámbitos, no sólo para el contexto escénico -que tal vez sea donde más en serio se le tome por su rol de cliente -. Contémosle un cuento ¿no? Pues mire, no. ¿Por qué no apostar por su capacidad de asimilación a un nivel casi obsceno? Porque así perciben los niños: sin pudor, con predisposición y deseo, capacidad de entender el entorno desde una lógica todavía “exenta” de cuento, que es a lo que nos hemos acostumbrado los adultos. Y es que este esfuerzo deliberado por no contarle un cuento al niño, por no sucumbir, tal vez, a las moralinas sutiles y personajes bobalicones simplificados para el público infantil, es una decisión, que aparentemente libera al creador, pero también lo expone a toda clase de intemperie. Un niño, con toda la imaginación y apertura de mente que queramos otorgarle, es un sujeto exigente. Diferencia ritmos, contrastes, formas, paisajes, atmósferas, intensidades y, en definitiva, modulaciones y trazos de tensión como expone Guillem Deleuze en su concepción «diagráfica» de la pintura. Tal vez un niño no supedite sus percepciones a ningún paradigma y es improbable que salga del espectáculo dispuesto a compartir las referencias de turno, pero por descontado entiende, sabe reconocer un sistema. A propósito de modulaciones, es interesante rescatar la labor de Norman McLaren, quien compuso verdaderas poéticas a través de “sencillas” animaciones y sonidos sintéticos en la escuela cinematográfica. Bajo la etiqueta de experimental, se iba terciando una tendencia compositiva más cercana a la lógica rizomática que al relato convencional, y cuya herencia se nos ha ido colando tan sibilinamente como un anuncio publicitario o una pieza de danza contemporánea.
Existe una apuesta manifiesta de varias compañías -y de muchos padres, por cierto – por articular y estimular esta manera «inmersiva» de percibir, disfrutar y razonar – de un niño o un adulto experimental-. Muy certeramente, a menudo se recurre a referentes ya existentes, universos plásticos cuyo «zambullido» resulte interesante y profundo, que de alguna manera ofrezcan un código donde poder germinar. Es el caso -y el caos- de Aracaladanza, pues sus espectáculos no sólo beben abiertamente de la pintura, sino que dedican y anclan sus elementos escénicos en obras plásticas cuya forma desmenuzan y cuyo rizoma -siguiendo con el diagrama de Deleuze- intentan encarnar. Se trata menos de dinamizar una imagen o reproducir un cuadro que de envolver al niño en el esfuerzo, en el «gesto formal» del creador.
Acorde con este deseo, Aracaladanza inicia en 1994 un recorrido minucioso por una selección de emblemas de la pintura y, pone en práctica el trabajo esencial con objetos, “la marca de fábrica”, como la define en una entrevista el propio Enrique Cabrera, director y fundador de la compañía. Nubes, una de sus producciones más reconocidas, fue forjada a partir del universo de Magritte, donde el disparate – así se define en la web de la compañía- cobra importancia y baja a la tierra para enredarnos, tal y como lo haría una nube. Ý es que el disparate para Magritte, seguramente no lo fuera por lo que es, sino por donde está, como rey de colocar aquello donde no le corresponde. Y así lo toma Aracaladanza, como una invitación al desorden que preludiaba un hermoso y duradero caos. Nubes se materializó gracias al ejercicio previo de experimentar en otro espectáculo la pintura de El Bosco: Pequeños Paraísos. Esta creación ya no sólo emanaba un interés por el universo caótico y desenfrenado capturado por El Jardín de las Delicias, sino que paralelamente consolidaba una concepción maleable del objeto escénico: un material susceptible de ser manipulado, habitado y empleado como vestuario. De este ejercicio de la compañía es autora Elisa Sanz, escenógrafa, vestuarista y figurinista, varias veces reconocida por los premios Max -no sólo por su labor en Aracaladanza sino en numerosas producciones-. Constelaciones, además, inspirada en el mundo de Miró, cuenta con el trabajo de Ricardo Vergne y explora los entresijos de su obra a través de los tejidos -podemos ver hasta un homenaje a Loie Fuller, donde una bailarina con inmensas alas y luces nos engatusa-. Finalmente, es en Vuelos donde la compañía de destila y nos ofrece lo mejor de sí misma. La labor creativa del equipo liderada por Enrique Cabrera se pone en concordancia para ofrecernos una sofisticada versión de Leonardo Da Vinci, incluyendo unas cuidadosas proyecciones de Álvaro Luna y un preciso diseño de luces de Pedro Yagüe. Por esta razón, Play, es un reto francamente difícil, pues la precisión conseguida con Vuelos hace que las expectativas estén ciertamente -valga la redundancia- por las nubes.
Ya hace tiempo que muchas corrientes artísticas y educativas – e incluso políticas empresariales de recursos humanos – que no sólo le dan crédito al concepto de juego, sino que lo contemplan como una posibilidad pedagógica y hasta una forma sutil de militancia en contra de la hormiguita contribuyente y silenciosa. La cigarra ha tomado su espacio para sacudirse el absurdo sambenito de perezosa e inútil y reclamar la importancia del juego y el disfrute dentro de la sociedad. Desde el juego, uno se relaciona mejor y no por ello es menos efectivo. Jugar, se convierte así, en una tarea respetable y digna de tener su propio sistema. Por este motivo, el trabajo de Aracaladanza merece una atención especial. En el espectáculo Play no hay una sacralización ni visión nostálgica del juego, sino un planteamiento realista y actualizado. Flotadores de plástico en forma de cisne, cuerpos de licra que se enrevesan entre sí, cabezas de perro que bailan claqué. Desde luego éste no es el juego que conocían nuestros abuelos. Más bien es la captura de pantalla de cualquier ser nativo digital, seducido y fascinado por universos tan distintos que sólo pueden pertenecer a nuestro presente. El compositor Luis Miguel Cobo afina este concepto a partir de una música pixelada -técnica 8bit music o chiptune – que apelan al inequívoco universo quienes hemos mamado Mario Bros y sus contemporáneos. Play, es un espectáculo que, a diferencia de sus obras anteriores, no toma ninguna pintura como anclaje, y es precisamente ese dato lo que la hace sustancialmente novedosa e interesante. Play recoge, de manera aparentemente sencilla, la convivencia de universos digitales, sintéticos y aleatorios. ¿Pues qué hace sino que un bailarín vestido de traje y cabeza de perro bailando claqué de forma desenfrenada comparta escenario con un cisne negro, unas mangas de chicle y un sofá de piezas de Lego? Parece que la visión de juego tiene más que ver con una evocación de referentes cercanos que con una búsqueda esencial del juego. Y paradójicamente, puede que esto sea lo esencial.
Carmen Gómez
PLAY ES PODRÀ VEURE AL MERCAT ELS DIES 3, 4, 5, 11 I 12 DE GENER DE 2020
Bibliografía:
Nativos digitales y modelos de aprendizaje, Universidad de País Vasco / Euskal Herriko Unibertsitatea
(UPV/EHU), (Conference paper), 2007.
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