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JUAN CARLOS LÉRIDA

JUAN CARLOS LÉRIDA

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Curiosamente, estoy desde hace dos años explorando, para mi nueva obra, sobre lo cotidiano y su ritualidad, en una manera de acercarme, desde mi propio proceso artístico, a la convivencia junto a otras personas y oficios en rituales cotidianos. Rituales donde se exponen los cuerpos en disposición de acción, como mecánicos de coches, zapateros, panaderas, etc..

Hasta este momento, esos rituales cotidianos los procuraba entender desde mi propia danza. Pero al estar separados los unos de los otros y seguir la coreografía del distanciamiento físico, la palabra ritual comenzó a tomar en mi nuevos significados. Quedarme a solas y en silencio por esta situación extraordinaria me hizo reconocer en los rituales la capacidad que estos tienen para ser el anclaje de la comunidad al cuerpo. Un anclaje sagrado que sucede al mirarnos, notar que nos acercamos, darnos la mano, rozar tu espalda, besar tu cara. Redescubro que es la cercanía física desde donde proponemos nuestros cuerpos como escenario para que los secretos sean escritos. Y si a algo me incita la danza es a acceder a mi cuerpo como escenario donde los secretos son compartidos. Tu cuerpo y el mío como escenarios frente a frente, uno dentro del otro.

Mi obra se apoyó durante mucho tiempo en la soledad como un hábito con el que pretendía comprender los rituales. Pero es ahora que descubro mi necesidad en la experiencia de la cercanía, de proximidad física, de fiesta. Y las fiestas no tienen que ver con el deseo individual. Como dice una letra de flamenco:

“Una fiesta se hace con tres personas: Uno baila, otro canta y el otro toca.

Ya me olvidaba de los que dicen “Olé” y tocan palmas” (Machado)

No he podido bailar hasta ahora, era extraño no encontrar la necesidad, incluso me inquietaba. Seguía esperando, los impulsos aparecían bajo valores de producción y rendimiento. En otras ocasiones, el impulso lo incitaba a través de una hipercomunicación digital para satisfacer el deseo.

Ahora entiendo que, con toda probabilidad, la necesidad surgirá en la cercanía física con los otros. Una cercanía magnética, que nos atraerá hacía un punto en común que provocará que la acción simbólica suceda. Y esta acción que llamamos ritual será simbólica porque no estará realizada para crear comunicación, su función será generar una comunidad que redescubrirá rituales desaparecidos.

Este momento nos ha recordado cuan vulnerables somos, pero también cuanto sabemos los bailarines sobre fragilidad. Nuestros cuerpos, como herramienta de trabajo, nos los avisa a cada instante. Es ahí desde donde probablemente

construimos parte de nuestra fuerza. Antes de la pandemia habíamos estructurado nuestras fortalezas traspasando el sentido íntimo de fragilidad, en una sumisión ante la productividad, al rendimiento, al rédito imperante en nuestro hábitat profesional.

Es ahora que siento la oportunidad de destacar en la danza su valor como oficio y como rito, valor que podrá poner de manifiesto que tenemos los conocimientos y habilidades para atravesar y transformar las distancias, las direcciones, el ritmo, el tiempo. Volver a encontrarnos con la fuerza de la fragilidad a partir de ahora, con decisión y templanza cada vez que volvamos a sentirnos vulnerables. No tan solo por el virus, que nos hará interactuar en coreografías sociales impuestas, también vulnerables ante la tendencia a una comunicación sin rituales que la sumisión ya nos mostró. Tal vez ahora, al fin, reencontramos en la comunidad los valores para un primer objetivo común: no tener miedo.

Juan Carlos Lérida

Respuesta del bailaor y coreógrafo Juan Carlos Lérida a la pregunta:

La pandemia de la COVID-19 ha supuesto un antes y un después en nuestras vidas y ha colocado el cuerpo en un espacio de fragilidad y de amenaza constante, de manera que las relaciones entre las personas y el espacio que ocupan cobran un relieve especial. Desde esta consciencia, ¿de qué manera podemos leer hoy tu trabajo (tu obra artística o de pensamiento) y qué posibilidades de desarrollo ves para la danza?